lunes, 12 de mayo de 2008

Sur o no sur


Me voy porque acá no se puede,
me vuelvo porque allá tampoco
Me voy porque aquí se me debe,
me vuelvo porque allá están locos

Sur o no sur...


Esta es la primera estrofa de una canción del músico argentino Kevin Johansen, él mismo un producto del “sur o no sur”. Nacido en Alaska de madre argentina y padre norteamericano, criado en Argentina desde los 12 años, en 1990 se va a Nueva York, según sus propias palabras “a redescubrir la América del Norte de su infancia." En esta ciudad vive y desarrolla su música hasta que en el 2000 regresa definitivamente a la Argentina. Internacionalmente reconocido por su estilo musical en el que mezcla cómodamente distintos géneros e idiomas, Johansen trata en sus canciones temas como el desarraigo, el amor y la identidad con profundidad y humor. Su último álbum “Logo” tuvo tres nominaciones a los Grammy Latinos en el 2007.
Somos muchos los que nos preguntamos al igual que Kevin: ¿Sur o no sur? Yo soy una de ellos.
Después de vivir en los Estados Unidos por más de diez años he logrado sentirme bastante en casa en la ciudad que me eligió (digo que la ciudad me eligió porque poco tuve que decir al respecto). Cuando Washington, DC, decidió en 1998 que me quería como uno de sus habitantes, hizo todo lo posible por hacerme la vida tan fácil y tan cómoda que no pude decirle que no. A veces la vida se asemeja a la corriente de un rio y lo más fácil es dejarse llevar y ver en que orilla nos quiere dejar.
El “no sur” tiene sus ventajas que todos conocemos y no voy a enumerar porque no creo que nuestro país necesite más gente yéndose. Aventureros, profesionales frustrados, soñadores, gente que realmente la está pasando mal por motivos económicos o los que en su momento decidieron “no sur” por razones acuciantes como discrepancias políticas y hasta su propia seguridad personal. La mezcla de yorugas diseminados por distintos continentes es de lo más variopinta, en Washington por ejemplo, donde hay una gran comunidad uruguaya, tuve la oportunidad de conocer distintos ejemplares: los tangueros nostálgicos, los renegados que no quieren saber de nada que sea ni remotamente uruguayo, los asimilados a su país adoptivo que vuelven de vez en cuando de visita pero no sueñan con volver al “paisito”(como la gran mayoría), los que están bien pero piensan volver algún día (cuando sus hijos sean grandes, junten suficiente plata, se jubilen, cambie el gobierno, se alineen las estrellas, que-se-yo- las razones son numerosas), los que no ven el momento de pisar el aeropuerto de Carrasco. Si, la mayoría sueña con volver aunque cuando escuchan los cuentos de sus parientes y amigos respecto a la seguridad, los vaivenes económicos y demás problemas propios de nuestras latitudes, lo dudan, lo piensan, lo repiensan o lo posponen indefinidamente hasta que ya es demasiado tarde y el país que extrañan ya es uno muy distinto al que dejaron años atrás.
Sur o no, esa es la cuestión, como diría a lo Hamlet algún torturado compatriota, eso es lo que yo también me pregunto en este domingo primaveral desde la politizada Washington, DC.
¿Vale la pena el sacrificio de estar tan lejos de la patria y los afectos? Tengo una conocida que acaba de volver con toda su familia a Punta del Este después de 6 años de vivir en Miami, allí tenía trabajo tanto ella como su marido, sus hijos iban al colegio y estaban adaptados, la familia de ella iba a visitarlos a menudo. Sin embargo pudo más la nostalgia y dejaron el “no sur” sin posibilidades inmediatas de volver ya que al haber estado como ilegales, no se les va a hacer tan fácil, sobre todo ahora con lo estrictos que están los norteamericanos en cuanto a visas se refiere. No he tenido la oportunidad de hablar con ella últimamente, pero me gustaría ver que dice de haber vuelto al sur.
Siendo nieta de inmigrantes esto de la añoranza de una patria lejana no me es ajeno. Mi abuelo era un libanes que según me cuentan, nunca aprendió bien el español aunque ya se había olvidado del árabe y mi abuela Luisa, una española que aunque totalmente adaptada a nuestras latitudes, hasta que el cuerpo se lo permitió viajó a España de donde traía “chorizo de Pamplona” en su valija, desafiando a las autoridades sanitarias tanto locales como europeas. Una vez llegado el botín a Punta del Este nos convidaba a los nietos con rodajas del grosor de una hostia, con la misma reverencia como si de una de estas se tratara.
¿Sur o no sur? El “no sur” y todo con lo que conlleva ya me tiene un poco cansada, desde mi visión en este momento totalmente subjetiva y algo tanguera, estoy con ganas de rumbear pa’l sur (Volver, con la frente marchita...) Después de pasar en Punta del Este cuatro meses y medio, es muy difícil escapar de los encantos de esta contradictoria y seductora ciudad con su naturaleza maravillosa y sus pintorescos personajes. ¿Cómo es posible no añorar a la querida Punta del Este que logra mantener su encanto pueblerino fuera de temporada, a pesar de que ahora la juega de balneario internacional? Aprecio el encanto de poder hablar con gente que me conoce de toda la vida, conoce a mis padres y conoció a mis abuelos, aprecio el hecho de pertenecer a un lugar, más allá de sus problemas, sus desafíos, su karma (como diría el genial Charly García “sentir hasta resistir el karma de vivir al sur”)
Entonces señores por todas estas razones y otras, que no voy a mencionar porque no vienen al caso, digo: SUR Que no ni no!
Ya estoy llegando...

Florencia Sader
Abril 2008
Washington, DC (por ahora)