lunes, 23 de agosto de 2010

Ni la cárcel, ni la cancha de Peñarol


El miércoles pasado, decidí sacudirme la modorra invernal y asistir a una reunión en la Unión de Comerciantes Minoristas de Maldonado, en la cual el Ministro del Interior, el señor Eduardo Bonomi, tenía la ingrata tarea de convencer a los comerciantes y otras personalidades del departamento, de lo innecesario que había sido el revuelo que ha levantado la inminente ampliación de la cárcel Las Rosas.
Dos cosas me quedaron en claro de esta reunión: la primera es que la ampliación de Las Rosas es un hecho consumado, y la segunda, que la gente de Maldonado no quiere saber nada al respecto.

La resolución de construir, donde hoy se encuentra Las Rosas, dos nuevos edificios carcelarios con capacidad para 500 prisioneros, para así recibir presos de otros departamentos no ha sido bien recibida por la población fernandina. Mucha gente -en la cual me incluyo- se siente burlada, ya que nos enteramos de la intención de instalar una cárcel regional en nuestro departamento, cuando la construcción ya está en marcha y está todo el pescado vendido.

Existe un problema: la falta de lugar en las cárceles existentes y se está buscando la solución más rápida, más económica, más fácil, más lógica desde un punto de vista: el cortoplacista y más beneficioso para el gobierno central, no así para nuestro departamento. “Tenemos que usar lo que tenemos” dice el Ministro Bonomi, con ánimo pragmático.

Los comerciantes del departamento, justificadamente preocupados, pidieron un estudio que midiera el impacto que tendría la ya encaminada ampliación de Las Rosas. La verdad es que tener este estudio sería bueno, pero basta el sentido común para darse cuenta que lo propuesto es una pésima idea.

Evidentemente lo que hay tiene que ser mejorado, nadie pone esto en duda. El tema es que no se tiene en cuenta la naturaleza del departamento y al decir la naturaleza no me refiero a los árboles y a las vaquitas, sino a que este un departamento netamente turístico, en el que la mayoría de la población -que llega de todos los rincones del país-, vive de prestar servicios a esta industria. No podemos darnos el lujo de hacer nada que tenga el potencial de perjudicarla.

Lamentablemente a veces parece que de Maldonado se acuerdan solamente cuando llega el verano y nos mandan los muchachos de la Dirección General Impositiva a hacer la temporada.

El ministro Bonomi expresó, en más de una oportunidad, su preocupación por el impacto que puede tener en el turismo el manejo de la información acerca de la ampliación de Las Rosas, dando a entender que se le estaba dando demasiada difusión.

Le guste al señor Ministro o no, Maldonado tiene mayor visibilidad que otros departamentos, lo que aquí pase va a tener más repercusión nacional e internacional que lo que ocurra en otras partes del país. No en vano numerosos extranjeros eligen visitar, invertir su dinero y muchos inclusive radicarse en nuestro departamento. No debería extrañar a nadie que despierte más interés lo que acontece en Maldonado que lo que pasa en Soriano.

Justamente el día de ayer salió en la portada del diario La Nación una nota acerca del próximo aumento de la contribución inmobiliaria en el Este de Maldonado, dudo que el reaforo catastral en cualquier otro de nuestros dieciocho departamentos sea material para una nota de tapa en uno de los diarios más importante de Argentina.

Los ediles frenteamplistas, demostrando su alianza con el gobierno central, consideran que el tema ha sido debatido suficientemente y votaron para dar el asunto por terminado. La oposición, y me atrevo a decir que un gran número de los contribuyentes de Maldonado, consideramos que todavía hay demasiados cabos sueltos, -como los va a haber presos en un futuro cercano- y nos gustaría que se considerara reubicar la cárcel de Las Rosas. Trasladarla a un lugar más remoto, más lejos de la ciudad que viene avanzando a un acelerado ritmo los últimos años.

“Hay tres cosas que nadie quiere tener cerca: la cárcel, la basura y la cancha de Peñarol” dijo el Ministro para dar por terminada la reunión y poner un toque de humor, a lo que hasta el momento había sido un encuentro bastante tenso. La reunión se disolvió pacíficamente, pero quedó la sensación de que faltaron temas por tratar y los argumentos que se presentaron nos llegaron a convencer a los allí presentes.

Los gobiernos y los funcionarios cambian, algunos problemas quedan para que los solucione la próxima administración. Esperemos que en el caso de Las Rosas no se opte por una solución provisional que termine trayendo más espinas para Maldonado, y graves problemas en el futuro.

jueves, 12 de agosto de 2010

Capricho y yo


Capricho es grandote, gris y cabezón; tan peludo por fuera, que se diría que es un animal de peluche. Sólo sus ojos marrones y expresivos lo delatan. Lo dejo suelto y se queda ahí parado, esperando su terrón de azúcar. Lo llamo dulcemente: ¿Capricho?, y me mira de reojo a una distancia prudente, antes de acercarse, para comprobar si efectivamente tengo la codiciada golosina.

Capricho está saliendo de la adolescencia, a sus escasos cuatro años está mostrando signos de una nueva adquirida madurez. A pesar de ser mucho más grande y fuerte que yo, me obedece, no siempre gustosamente, pero hace lo que le pido, creo que la mayoría de las veces debe pensar que mis órdenes carecen de sentido.

La vida de Capricho y sus amigos transcurre en un campo con vista al mar; como ocupaciones tiene comer la mayor cantidad de pasto posible, evacuar copiosamente ese pasto una vez digerido, un poco de ejercicio -siempre y cuando no llueva- y esperar los terrones de azúcar que le llevo en mis visitas. El azúcar es generalmente un premio por su buen comportamiento, -creo que él no lo ve como una recompensa, sino como su legítimo derecho-.

Capricho no puede volar como Pegaso, ni alberga un ejército en su vientre como el Caballo de Troya. A pesar de que en sus venas corre sangre de sus antepasados guerreros, no creo que tenga que demostrar su valor en combate, como lo hicieron Bucéfalo o Babieca. Tampoco es el caballo de un cacique Tehuelche como Pampero, o de un caballero andante como Rocinante, pero a medida que pasa el tiempo voy descubriendo rasgos de su carácter que lo hacen un digno descendiente de estos corceles famosos.

A Capricho no le gustan las motocicletas en general, no importa la marca, modelo o color, aunque las “MADE IN CHINA” le gustan todavía menos. No sé si piensa que le hacen competencia, pero el hecho es que las detesta. Tanto es así que hace poco arremetió contra la “Winner” del capataz del campo. Quienes vieron el acto de vandalismo dicen que simplemente tomó carrera y le dio un topetazo que la hizo volar por los aires, después siguió pastando como si tal cosa.

Capricho es uno de los treinta y tantos caballos Lusitanos que hay en Uruguay. Esta raza tiene el mismo origen del caballo Andaluz, en realidad eran una misma raza hasta los años sesenta, en que decidieron separarlas. El Lusitano es el caballo preferido en las corridas de toros, se destaca por su inteligencia, bravura y nobleza. La estirpe de Capricho llegó a América con los conquistadores, su sangre corre en las venas de la mayoría de nuestros resistentes y leales caballos Criollos.

A pesar de provenir de un rancio abolengo, Capricho no se la cree; vive su despreocupada juventud sin tomar consciencia de que es el sucesor de las cabalgaduras de nuestros próceres. Muchos de los generales y coroneles adornados por las palomas en nuestras plazas, montan los antepasados de este joven cuadrúpedo.

Mi relación con Capricho es relativamente reciente, hace apenas unos seis meses que nuestras vidas se cruzaron. En ese tiempo hemos aprendido a conocernos y compartimos aburridas vueltas en círculo en un picadero, amenizado por divertidos paseos a la playa o a campos cercanos, dónde tanto él como yo, estamos en un constante estado de fascinación ante el descubrimiento de un nuevo mundo.

Él porque es un joven impresionable recién llegado de Tacuarembó, y el universo está lleno de atracciones y distracciones, y yo porque el mundo se ve muy distinto desde el lomo de un caballo. Uno no sólo tiene la ilusión de ser más alto, más rápido, más fuerte, sino que se siente agradecido de que un animal tan bello y poderoso nos deje imponerle nuestra voluntad,-bueno sólo por un ratito, siempre y cuando al final haya un terrón de azúcar como recompensa-.

lunes, 9 de agosto de 2010

Mi viejo Punta del Este

¿Será porque estamos entrando en el mes de la nostalgia, con su apoteosis la noche del 24 y sus numerosas fiestas? ¿O simplemente porque soy canceriana y una de las características de este signo es el apego al pasado?

Por estas razones y otras que no vale la pena enumerar, la otra noche me puse a recordar cuales son las cosas que extraño del viejo Punta del Este.

Obviamente que todo es un tema generacional: mi viejo Punta del Este no es el mismo que el de mi padre, la lista de los lugares que él extraña es mucho más larga que la mía, pero estoy segura que cuando lea esto, vamos a coincidir en algunas cosas.

Los lugares que echo de menos existieron mayormente en la década de los setenta (mi infancia), y los ochenta (mi adolescencia). Aunque pasé gran parte de este tiempo también en Montevideo, parece que los recuerdos más vívidos, los que lograron sobrevivir a la montaña de imágenes, olores y sonidos que fueron acumulándose en mi mente en los años siguientes, fueron los relacionados con Punta del Este y los momentos que aquí pasé.

De los primeros recuerdos está “Catarí” en la avenida Gorlero, con su dueña Doña María y su lasaña verde de hongos. Una vez por semana solíamos ir mi madre y yo a comer esta delicatessen, e invariablemente se repetía el mismo ritual: Mi madre pedía la cuenta y ahí aparecía Doña María y decía con su acento italiano “Ah, no, a mujere sola no le pueddo cobrar.” No sé cuantas veces habremos comido “sañas” gratis (por muchos años pensé que se llamaban “las sañas”. Si son “los ravioles” ¿por qué no pueden ser “las sañas?).

De esa época, no puedo dejar de mencionar la Heladería Gorlero y Johny, el lustrabotas bailarín que trataba de emular al personaje Tony Manero de “Saturday Night Fever”, protagonizada por un jovencísimo John Travolta. Había que ver la cantidad de gente que se juntaba para ver “al Chony” bailando en la vereda al son de la música Disco.

La playita del puerto y su muelle, dónde muchos aprendieron a nadar con el Profesor Paredes, el cine Fragata y sus matinés interminables -de las cuales salíamos con los ojos en compota después de ver tres películas seguidas-, la playa El Emir con dunas, el Hotel Playa, el Jagüel, su pista de patinaje y sus caballos de alquiler -cuando todavía no se había convertido, en la “zona roja” de Punta del Este-.

En fin, podría seguir enumerando lugares y personajes y al volver a leer esto, me daría cuenta que me estoy olvidando de algo ya que a medida que uno empieza a recordar, es como si abriera una canilla que empieza a gotear tímidamente: lugar a lugar, vivencia a vivencia, pero a medida que permanece abierta, los fantasmas del pasado ven una manera de volver y parecen decir: “No te olvides de mi” y así la lista crece y crece.

Ya de mi adolescencia no puedo dejar de mencionar La Fragata con sus desayunos trasnochados, después de haber ido a bailar a algún boliche. De La Fragata siempre me llamó la atención sus mozos, verdaderas instituciones que lo deben haber visto todo, ya que era impresionante la cantidad de gente que por allí pasaba. En cuanto a boliches se refiere, me acuerdo de Ezequiel en el Cantregil Country Club, New Faces, al lado del cine Lido, L’Ete en Punta Ballena y por supuesto Space y sus fiestas temáticas de los miércoles.

Seguro que algunos de los que están leyendo esto, se preguntarán: ¿Pero cómo puede olvidarse de tal o cual cosa? Como decía al empezar este articulo, esto no es solamente un tema generacional, sino que también es, obviamente personal, mi viejo Punta del Este seguramente no es el mismo que el de ustedes, pero todos los que tenemos más de veinticinco ya tenemos uno.

Por suerte todavía permanecen unos cuantos lugares que han sobrevivido al crecimiento y la “Conradizacion” de Punta del Este: “El Floreal”, el Muelle de Mailhos, “L’Auberge”, “San Jorge”, la Playa de los Ingleses, “La Posta del Cangrejo”, Las Mesitas, “Dante” (de una Aguja a un Elefante), el Hotel Palace, en fin, algún otro habrá que no se me ocurre en este momento.

Aunque reconozco que es imposible que todo permanezca igual y que los cambios que la ciudad sufre son inevitables, me reconforta saber que sobrevivieron estos y otros lugares de mi viejo Punta del Este. En definitiva, son parte de la identidad del balneario y también de la mía.

Es justo decir, y lo hago con orgullo, que el nuevo Punta del Este también tiene sus atractivos, de a poco se va convirtiendo en una verdadera ciudad -con todo lo bueno y lo malo que esto implica-, los meses muertos ya no están tan muertos: hay colegios, universidades, cada vez más restaurantes y comercios abiertos y -¡oh milagro!- cine todos los días, con no una pero varias películas para elegir. Todo el que haya vivido la desilusión de que suspendieran la película que uno había estado esperando toda la semana por falta de público, como solía suceder a menudo durante el invierno, sabrá a lo que me refiero.

Y así como podemos ver buenas películas durante la semana, los nuevos tiempos nos han traído no solo más semáforos y decenas de rotondas, sino también nuevas opciones de consumo, nuevas fuentes de trabajos, nuevos motivos de permanencia.

En el fondo hay una parte de mi persona a la que le gustaría que todo siguiera como en los años de la infancia; que aquella idílica foto de ayer no hubiera sufrido modificaciones de ninguna índole. Pero la realidad es que uno crece, y junto con uno las sociedades avanzan.

Recuerdo con sincera nostalgia mi viejo Punta del Este, mientras disfruto de las comodidades y de los nuevos aportes que nos vienen trayendo el progreso y la confianza de los que año tras año se van sumando a nuestra comunidad por encontrar aquí vientos propicios y una paz y una cordialidad que a toda costa debemos conservar.