sábado, 23 de junio de 2012

La ciudad de los corazones solitarios


Tienen alrededor de treinta años. Bien remunerados como ejecutivos de compañías líderes.  Profesionales universitarios. Hablan varios idiomas que aprendieron en colegios bilingües y perfeccionaron en pasantías e intercambios en uno y otro lado del océano Atlántico. Suben y bajan de aviones con la mayor naturalidad. Se mueven por el mundo con un total desparpajo. Se los puede ver, siempre apurados, en los aeropuertos de las grandes ciudades, con su  ropa de marca y un aire un poco distante, mientras escudriñan sus iPhones o Blackberrys, en busca de un contacto virtual con otro ser humano. Niños grandes y privilegiados con juguetes caros.
Cuando la semana laboral termina, y la tarde del viernes empieza a oler a fin de semana, David busca excusas para quedarse un par de horas más en su confortable oficina con vista a la 5ta Avenida. Prefiere ahogar en el trabajo la perspectiva de otro fin de semana solitario en la gran ciudad. David tiene 36 años, habla cinco idiomas, es francés,  buen mozo y gay. Su trabajo para una multinacional especializada en el embalaje de cosméticos, lo ha llevado a vivir en megalópolis como San Pablo y Los Ángeles. Uno diría que Nueva York es la ciudad perfecta para alguien como él. Sin embargo los viernes le pesan,  me confesó. Estos días son un recordatorio constante de lo difícil que le resulta encontrar un compañero con el que compartir más que un encuentro casual.
En  uno de los ombligos del mundo, como lo es esta metrópolis encantadora y despiadada, las relaciones humanas están marcadas por una urgencia y una visión utilitaria que la mayoría de nosotros -los que vivimos en lugares pequeños- sólo podemos imaginar.
¿Qué podés hacer por mí? ¿De qué me podes servir? ¿Invierto mi valioso y escaso tiempo conociéndote? "Más que conociendo a alguien, parece que uno se estuviera preparando para una entrevista de trabajo",  me decía David, cansado de varios intentos infructuosos de relacionarse con alguien que tenga una visión del mundo parecida a la suya.
El caso de David no es raro. En mi reciente viaje conocí a una amiga suya, Amanda, inglesa de treinta y pico, atractiva sin ser una belleza, con un excelente puesto para la firma de artículos de lujo Louis Vuitton. Amanda lleva seis años viviendo en Nueva York y se siente tan frustrada de lo difícil que le resulta conseguir pareja  en esta ciudad, que está considerando volverse a Inglaterra. "No pido nada excepcional, solamente alguien que me guste y quiera tomarse el tiempo de conocerme para ver si somos compatibles" me dijo.
En el país que inventó la "fast food" la promesa de satisfacción instantánea está presente en casi todos los órdenes de la vida. La sensación de que no hay tiempo que perder es casi palpable, el individualismo y la competencia guían la existencia de muchas personas que tienen que esforzarse y mucho para poder sobrevivir en una ciudad que te tienta con la promesa de poder acceder a lo mejor que el mundo occidental tiene para ofrecer, pero que se olvida de advertirte que este club está reservado para unos pocos afortunados.
Las relaciones humanas y más concretamente las de pareja muchas veces son relegadas en pos de alcanzar un ideal, producto de las exigencias de la misma sociedad. No hay tiempo para mucho más que no sea trabajar, producir, correr para alcanzar el nivel de vida al que supuestamente hay que acceder. El tomarse tiempo para conocer a alguien que a priori no se sabe si reúne determinados requisitos, puede ser desestabilizador. Ahí es cuando vienen  los atajos. "La gente no quiere sorpresas" me decía Amanda, "quieren saber con quién se van a encontrar."
No es raro que en esta sociedad hiper conectada, acostumbrada a la inmediatez se recurra a los sitios de internet para buscar pareja.  Match.com,  e-harmony, itsjustlunch y otros sitios similares tientan a los solitarios, con fotos de parejas sonrientes que supuestamente se conocieron gracias a sus servicios y viven felices comiendo perdices. Como en un restaurant, uno puede mirar una carta y decidir que tipo de plato va a pedir, cuales son los aderezos que busca en ese momento.
Morocho de piel blanca de 32 años,  comerciante, divorciado sin hijos, no fumador, deportista, demócrata que vive en el barrio de Brooklyn, busca mujer caucásica o hispana, soltera o divorciada de 25 a 35 años, sin hijos, no fumadora, deportista, profesional universitaria, con buen sentido del humor, sin mascotas, que viva en la isla de Manhattan o Brooklyn, peso y estatura acorde, para una relación potencialmente seria.  Imprescindible adjuntar foto reciente de cuerpo entero.
Los sitios web mismos hacen la búsqueda por uno y le mandan a los usuarios los potenciales candidatos. Uno elige con los que quiere contactarse y empezar un ciber cortejo que puede o no terminar en que los personajes se conozcan personalmente. No se puede dar un paso en falso, la respuesta errada puede derivar en la repentina pérdida de interés de alguno de los ciber candidatos, resultando en que nunca lleguen a conocerse en persona.  Se hace mucho hincapié en proteger la verdadera identidad de sus usuarios y se pasa por varias instancias hasta llegar a intercambiar emails y  comunicarse libremente. 
En una ciudad en que el tiempo libre es valioso y escaso, la mayoría de las personas están híper conectadas, sujetas a un bombardeo constante que las incita a consumir con urgencia, con voracidad. El romance parece haber quedado reservado para las películas que tienen sus calles y barrios característicos como escenario de improbables encuentros, marcados por la casualidad.
Enamorarse EN Nueva York parece más difícil que enamorarse DE Nueva York.