¡Cuánta tinta en diarios y semanarios
manchando hojas y hojas! ¡Cuántas declaraciones al aire que no dicen nada!
¡Cuánto rodeo! ¡Cuánto eufemismo!
Parece ser que todos los años pasa lo mismo
en Punta del Este. Hay una realidad que se vive día a día en la calle, en los
comercios, en la playa, en cada una de nuestras casas. Por otro lado hay una
serie de “intérpretes de la realidad” que se cuidan muy bien de no utilizar
ciertas palabras, como si erradicándolas del vocabulario nos liberáramos de su
influencia.
Según el psicólogo suizo Carl G. Jung “El
acto de nombramiento es, como el bautismo, muy importante en cuanto a la
creación de la personalidad. Se ha atribuido un poder mágico al nombre desde
tiempos inmemoriales. El saber el nombre secreto de una persona u objeto es
tener poder sobre él.”
Para empezar a promover un verdadero
diálogo y buscar soluciones a ciertos temas es imperativo empezar por nombrar
los problemas. Asignarles la palabra que les corresponde y no re-bautizarlos con
algún eufemismo barroco que lo único que hace es dilatar el reconocimiento de
una situación, que mientras tanto envalentonada, crece ante los ojos de todos.
Algunos susurramos el nombre prohibido, despacito casi con vergüenza, sintiéndonos
un poco transgresores y otro poco traidores de la patria.
Curiosamente en estos últimos tiempos he
escuchado los nombres y las palabras que muchos se resisten a pronunciar de la boca de extranjeros
radicados en la zona. Quizás porque se sienten más libres y se creen con el
derecho de exigir, ya que vinieron atraídos por una cierta calidad de vida que
se les prometía. Ellos no tienen puestos públicos que proteger, ni reciben
subsidios del estado. Ellos no tienen
por qué hacer “marketing positivo” de un lugar en el que muchas veces se les
exige más de los que se les da.
Empecemos por darle a las cosas los nombres
que les corresponden. Si ni siquiera las nombramos estas no desaparecen, sólo
crecen creyéndose ignoradas. Al no reconocerlas les damos poder sobre nosotros.
Pidámosles, exijámosles a los comunicadores compulsivos de buenas nuevas que se
atrevan a pronunciar las palabras prohibidas. Digámosles que su afán de pintar
que todo está “pum para arriba” siempre raya con lo ridículo y nos tiene
aburridos.