domingo, 15 de julio de 2012

Una historia que se repite...


No es privilegio de Punta del Este ser la cuna de proyectos fabulosos que quedan por el camino. Casi todas las ciudades con aspiraciones a las grandes ligas tienen unos cuantos en su haber.
Natal, al norte de Brasil, por ejemplo, protagonizó un papelón considerable, cuando en 2007 anunció con bombos y  platillo, usando de portavoces al almibarado Antonio Banderas y el entonces crack de fútbol Rolando: el Grand Natal Golf. Un mega desarrollo inmobiliario con 35.000 viviendas de lujo, 5 canchas de golf, varios hoteles y otros atractivos. Un par de años más tarde, de todo esto sólo quedaron las fotos de los funcionarios municipales con los famosos, la maqueta y el mal recuerdo para la administración promotora del fiasco.
También del norte de Brasil,  proviene Lagoa de Coelho. Otro desastre de proporciones épicas, maquinado por un desarrollista español que terminó detrás de rejas. Este emprendimiento constaba de casi 13.000 viviendas. Con una oferta basada en unas buenas comunicaciones por avión, un lugar paradisíaco y una magnífica relación calidad-precio, logró firmar 600 contratos, con lo que recaudó 15 millones de euros -el dinero que todavía debe a sus ilusos clientes-. Inclusive hoy en internet se puede encontrar un foro de los damnificados por Lagoa de Coelho, dónde la gente hace una suerte de  terapia de grupo, ventilando su frustración.
Otro caso en las Américas, en este caso en el hemisferio norte, es el Campeche Playa Golf Marina & Spa Resort. El proyecto arrancó en febrero de 2006 y se trataba del mayor complejo turístico residencial que promovía una empresa española en el golfo de México. Constaba de 3.045 viviendas, un hotel de cinco estrellas con 500 viviendas, una marina deportiva para 150 embarcaciones, un biocentro de conservación de una especie de tortugas en vías de extinción y un campo de golf diseñado por el famoso golfista Jack Nicklaus.  El proyecto quedó por el camino y sólo se construyeron tres edificios en la playa  y ni miras de empezar el resto. Ni campo de golf, ni marina, ni tortuga, ni nada.

Punta del Este tampoco se queda atrás. Nuestro balneario tiene unos cuantos mega emprendimientos fallidos en su haber.
Uno de los más mediáticos ocurrió en los años sesenta. Punta del Este entero se estremeció cuando corrió el rumor que el popular crooner Frank Sinatra compraría la isla Gorriti para construir un hotel con casino privado. Se armó flor de desbande. A tal punto que varios organismos y reparticiones estatales decidieron que la isla estaba bajo su jurisdicción. La Intendencia de Maldonado, el Ministerio de Ganadería, la Armada y otras más aseguraron que la isla era de ellos. Mientras tanto Sinatra no llegaba aunque los trascendidos anunciaron que su desembarco era inminente. Pasaron los días, los meses y los años. Sinatra nunca apareció, En realidad, ni sabía de la existencia de Punta del Este. Lo único bueno que quedó de esto fue una investigación llevada adelante por el abogado Lagarmilla que confirmó que la isla fue cedida en 1957 por el Ministerio de Ganadería a la Intendencia. Así que algo dejó después de todo.
Años más tarde le tocó el turno a La Carolina.  Se planeaba hacer un puerto para 500 yates, hotel con casino, fraccionamiento espectacular. Hubo un gran debate en la Junta Departamental y flor de polémica.  A pesar de la resistencia de algunos, el proyecto fue aprobado. Veinte años después ni puerto, ni hotel ni nada. Ni siquiera el recuerdo.
Cerca de La Carolina, en la desembocadura del arroyo El Potrero se encuentra el famoso proyecto de puerto náutico con desarrollo, hotel, oficinas públicas y demás atracciones. Todavía no fue aprobado.  Los dueños, unos porteños, quieren que el estado expropie 300 hectáreas del predio de un conocido  empresario brasileño para anexar al proyecto. Después de veinte años sigue el trámite.
También del departamento de Maldonado, pero esta vez más cerca de Piriápolis, viene otro proyecto fallido. Durante la gestión de un intendente colorado, se anunció la llegada del famoso circo brasileño Beto Carrero en el pueblo Gregorio Aznárez.  Este aprovecharía la infraestructura de la desaparecida Agroindustrias La Sierra para montar el parque de atracciones muy famoso en el Brasil, lo que favorecería el desarrollo en los alrededores. Ni trapecistas, ni mujer barbuda. Sólo payasos y no los de Beto precisamente.
Más cercano en el tiempo, tenemos el puerto de cruceros de Piedras del Chileno con hotel, locales comerciales y servicios. Todo esto acompañado de una importante modificación de la ordenanza de la construcción para gran parte de la zona. Por ahora, nada.

En el teatro de la vida, la mayoría de estas historias de tierras comienzan de la siguiente manera:
Los protagonistas: el  intendente, alcalde, presidente u otra autoridad gubernamental con poder de decisión y peso político. A este le sigue el dueño de la tierra, empresario o grupo que maneja el inmueble en cuestión. Este personaje aparece poco en escena, pero es muy activo entre bambalinas. Acto seguido tenemos al urbanista, arquitecto u otro profesional, a quien generalmente le toca un monólogo en el que tiene que dar una fundamentación teórica un poco críptica, de las decisiones tomadas a priori por los dos primeros personajes. Esta decisión generalmente implica una reconversión de la tierra, una mejora que beneficia al terrateniente.  Después de esto, cuando ya está desarrollado el tema, planteado el conflicto, aparece el coro. La misión de este es repetir con entusiasmo el estribillo, el mensaje de las bondades que van a traer las decisiones tomadas por los dos primeros personajes, utilizando las palabras bonitas que les sopló el tercero. Con esto se busca entusiasmar a la audiencia, generalmente bastante apática al principio, pero a menos que sienta que va a ser perjudicada directamente, la mayoría de las veces termina dejándose convencer y repitiendo el estribillo con el coro.

De esta manera se han gestado decenas de proyectos en Punta del Este y otras partes del mundo. Algunos de ellos prosperaron, muchos quedaron por el camino.

En este momento hay un plan de características considerables a consideración de nuestros representantes: los ediles de la Junta  Departamental. Este propone la reconversión de tierra de unos particulares en Rincón del Indio que habilitaría la construcción de una “nueva península” con torres de 22 pisos.

Esperemos que en esta época de incertidumbre regional y mundial prime la memoria y la cordura.

domingo, 1 de julio de 2012

La desgracia del paisano


Llegó montado en su yegua mora, y en lomos de ella se fue, una tarde de niebla.
Se llamaba Alberto, andaba por los cuarenta y pico, era robusto, más bien panzón, con la cara curtida por el trabajo al aire libre y las manos callosas de sujetar lazos, riendas y palas.
Venía de las afueras de Piriápolis. Su destino: un trabajo como peón en un coqueto haras en José Ignacio.
Algo tendrían que haber sospechado los dueños del establecimiento, cuando el hombre seguía sin aparecer, diez horas después de decirles "Salgo para ahí". Se lo hacían viniendo en una Yasuki o una Winer, o cualquier otro caballo de metal chino, como la mayoría de los trabajadores que conocían. Grande fue la sorpresa cuando a las 3 de la mañana reciben un llamado, avisándoles que hay un paisano perdido a la altura de la Boya Petrolera, preguntando por su haras.
Alberto llegó pocas horas más tarde en lomos de su mora, con su poncho, sus botas, su sombrero, sus talegos, y un facón con mango de carpincho que –siguiendo las viejas costumbres del campo, como forastero en un lugar nuevo- entregó dócilmente a la encargada del harás para que lo guardara bajo llave.
El hombre se reveló como un trabajador voluntarioso. Carpía, paleaba bosta, cortaba el pasto, se entendía bien con los caballos, inclusive mejor que con los humanos. Hablaba rápido y para adentro, comiéndose las letras. El resto de los que allí trabajaban apenas podían entender lo que él decía. A pesar de esto, pronto empezaron a apreciarlo.
Alberto tenía un sólo defecto: le gustaban demasiado el Dunbar y la caña.
Después de dos semanas de duro trabajo, finalmente le tocaron un par de días libres y el paisano se fue a un baile de la zona. No se sabe que fue lo que allí pasó, pero el hecho es que el día  en que le tocaba reintegrarse, Alberto no apareció hasta el mediodía. Cuando lo hizo fue para anunciar que renunciaba. Olía a alcohol y aunque era un hombre acostumbrado a la intemperie y a la dura vida de campo, se emocionó un poco cuando le dijo a sus empleadores que tenía que irse, sin precisar demasiado porqué. Estos trataron de disuadirlo, pero el hombre sacudía la cabeza, negándose a escuchar razones. Su decisión estaba tomada. A modo de explicación, solamente dijo "No quiero que me güelva a pasar lo mesmo."
Ensilló su mora, que la tenía desde potranca, cargó sus escasas pertenencias, esperó que le devolvieran su facón y partió al tranquito, cabizbajo, resignado. Un hombre recio como él, había sido derrotado una vez más por el vicio.
Alberto es uno de tantos hombres del campo uruguayo que sufren una suerte parecida. Según la Junta Nacional de Drogas, hay en Uruguay unos 260.000 consumidores problemáticos de alcohol. Muchos de ellos están en el medio rural y sobrellevan su triste suerte en silencio. Los hemos visto acodados en los mostradores de pulperías y whiskerías de los pueblos del interior. Son la otra cara de nuestro campo, de la cual poco se habla.