viernes, 29 de julio de 2011

Reflexiones de una y otra orilla, a propósito de la victoria celeste

La Copa Libertadores dejó al pueblo uruguayo en un estado de orgullosa efervescencia que nos hizo olvidar por un rato al dólar por el piso, la inseguridad y de los otros males que nos aquejan.
Este torneo, además de darnos un empujoncito de optimismo que nos permite enfrentar el resto del gélido invierno con mejor humor, puso en evidencia la relación de amor-odio que nos une con nuestros vecinos rioplatenses.
Los uruguayos no sólo nos dimos el gusto de ganar la copa, sino de dejar afuera a Argentina, en su propia casa. El partido por el pase a las semifinales contra nuestros vecinos, fue más emocionante que la final, ya que derrotar a los argentinos tiene un sabor muy especial, que no se siente ganándoles a los paraguayos o los peruanos.
Dejando a Argentina fuera del torneo, nos aseguramos que Gardel nació en Tacuarembó, el tango es rioplatense y no porteño, e inventamos el dulce de leche. Víctor Hugo Morales, China Zorrilla y Natalia Oreiro son compatriotas nuestros, así hayan decidido afincarse en Buenos Aires, y lo más importante de todo: el bombonazo de Diego Forlán, es bien uruguayito, y encima se dio el lujo de plantar a la bomba de Zaira Nara en el altar. Estamos en éxtasis.
Dos amigos argentinos, románticos empedernidos y enamorados del Uruguay, sabiendo de mi afición a escribir, me mandaron sus reflexiones acerca de la final de la Copa América en suelo porteño.
Rafael, un abogado que veraneó en Punta del Este por muchos años, conmocionado por la invasión de mates, escribió lo siguiente:"La pregunta crucial es ¿y los argentinos, donde estábamos?; fácil, estuvimos escribiendo las letras de varios tangos, que nos llevan a la nostalgia de las excusas negadoras, para tratar de justificar porque Messi no hace goles en la selección, o porque no hubo equipo, o si el Checho se tiene que ir. Y sólo se pudo callar al silencio con la música más escuchado por estos días, que es el tango de Zaira, quien tiene pena de casamiento, a quien Forlán, a contrario sensu le canta: '…Ya no sos más mi Zairita, ahora te llaman Margot…'. Pero muchas concesiones, siendo porteño estoy haciendo, y no podría dejar de cerrar estas líneas sin dar la clásica solución a los diferendos con las charrúas, afirmando ciertamente que la Copa América hoy es solamente RIOPLATENSE."
“En la integración de los países del Mercosur, nunca hubo tanta fiesta como en Buenos Aires esta semana pasada, lástima que los anfitriones nos comportábamos como si nada pasara. La Copa América, logró que se exteriorice los íconos más íntimos de cada país. En Buenos Aires, hemos vivido una real invasión de termos y conductas, no hacía falta bandera alguna para saber de donde provenían cada uno de los contingentes; la cuestión resultaba fácil, si el termo lo llevaba debajo del brazo, apostale nomás que ese es charrúa, en cambio si se encontraban termos tamaño barril, no había duda que estábamos frente a los hermanos paraguayos. Tantos unos como otros, experimentaron esto días la felicidad de la expectativa de la final con mucha alegría y esperanza, obvio que uno sólo pudo levantar la copa, que parecía que lo hacía con una húngara de la Pasiva en la otra mano. Bien, bien merecido, se la ganaron en buena ley", agregó mi amigo.
Por otro lado, Augusto, un economista y poeta de a ratos, amante de Montevideo y sus bares, me mandó la siguiente reflexión, a propósito de la relación entre los dos pueblos: “Personalmente creo que lo que existe desde el uruguayo al argentino pasa por cierta entendida pero a la vez, vista desde mí, inentendible envidia. Por tamaños, me recuerda a la relación Irlanda (la República) y los ingleses. Pero en ese caso es casi odio ancestral, religioso, de bloqueo económico, etcétera. Lo de los uruguayos en cambio es un recelo que pasa creo, no sólo por los tamaños y geografías de cada país sino por algo mucho más profundo. Pasa inconscientemente porque en el fondo anhelan nuestro vértigo y nuestra gigantesca capacidad para hacer cosas todo el tiempo, algo que creo miran desde su eterna pasividad con gran asombro, perplejidad e incomodidad. Y como Argentina hace, se vive equivocando, y esa es la parte que mas disfrutan. Siempre esperan de nuestros errores para encarar políticas contrarias. Hace poco el ex presidente Julio María Sanguinetti dijo que si existiera una nación cuyos habitantes fueran una mezcla de argentinos (por su constante dinamismo) y de uruguayos (por su civilidad y respeto a las instituciones sería un país imbatible. A mí una de las cosas que más me gusta de Uruguay es que apenas llegas, por puerto o por donde sea, te empieza a invadir un maravilloso olor a leña quemada que reina en cualquier lugar del país. Estés en Plaza Cagancha o en Minas. Yo creo que ésa característica marca claramente a los uruguayos. El asado se hace con leña. Acá con carbón y si es posible con briquetas que prenden más rápido aún. Asar la carne con madera es una clara demostración de quietud y espera. Un asado en Uruguay requiere una previa de dos horas más que en Argentina. A mí eso realmente me encanta, de hecho allá trato de hacerlos así ¿pero acá? Acá no nos dan los tiempos. Pero a la vez siento en Uruguay un refugio, deseo su progreso pero deseo que sigan con el whisky, el Medio y Medio y el Beefeater. Pero no sé si podría vivir porque uno está invadido de esta locura. Creo que ambos necesitamos estar enfrente para escaparnos de nuestros propios y diferentes tedios.”
Tengo que coincidir con esta última reflexión de mi amigo. Estos dos países, tan semejantes y tan distintos a la vez, se miran unas veces con envidia, otras con condescendencia, en ocasiones con perplejidad, pero siempre con afecto, un afecto similar al que une a miembros de una misma familia, un tanto disfuncional, pero familia al fin.
Hermanos argentinos, esta vez nos tocó a nosotros. Gracias por dejarnos festejar en su casa.

viernes, 8 de julio de 2011

Sincericidios … de Jorge a Joaquín



En mi última vista a Buenos Aires, un amigo me habló casualmente del sincericidio.
Era la primera vez que oía a alguien usar este término. Exista o no para la Real Academia Española, sincericidio es una palabra excelente. Por demás ilustrativa.
Desde ese momento me embarqué en una quijotesca cruzada tratando de encontrar la definición más aproximada, y ejemplos ilustrativos de sincericidios y sincericidas. Pedí la colaboración de amigos y conocidos, y aunque la mayoría nunca había oído este término, todo el mundo tenía algo que decir al respecto.
La definición que a mi parecer más se aproxima es: Suicidio u homicidio mediante sobredosis de sinceridad.
Si lo piensan bien, ¿quién no perpetró alguna vez un sincericidio?
Todos, en un momento de debilidad, quizás con una copita de más, hemos tenido un instante en el que las palabras brotaron de nuestra boca como un vómito imparable, salpicando a nuestro pobre interlocutor, dejándolo momentáneamente anonadado, mientras nos preguntamos ¿por qué se me ocurrió decir eso? Ese es el momento en que nos convertimos en sincericidas, ya que aniquilamos al otro por no saber callarnos la boca.
Hay cosas que en el fondo nadie quiere saber, o por lo menos no queremos escucharlas de otros.
Es ahí donde entra una peligrosa especie de fanáticos que son un peligro para la humanidad.
Son los sincericidas asumidos, orgullosos de su condición, que exhiben su monstruosidad y se jactan de ir por el mundo asesinando egos impunemente y mutilando corazones. Bien dijo el clérigo y profesor ingles Robert Burton: “Una palabra hiere más profundamente que una espada.”
“Yo digo la verdad, soy sincero” dicen estos nefastos personajes a quienes nadie les preguntó nada, pero nada les importa a estos maníacos de la verdad, no evalúan el daño que pueden causar, ni el peso que tienen las palabras.
Existen los sincericidos políticos –estos son lo más raros-, los sincericidios maritales –generalmente fatales, aunque un poco más comunes que los primeros-, los sincericidios amistosos, - estos son los que tienen mayor grado de sobrevivientes, ya que la amistad es uno de los vínculos humanos más generosos.
Las consecuencias del sincericidio generalmente son muy penosas para todos los implicados. Lo mejor que puede hacer el sincericida es quedarse callado. No dar explicaciones, ya que una vez cometido el sincericidio, no hay vuelta atrás y cualquier intento por remediar la situación no sólo es algo infructuoso, sino contraproducente y puede conducir a hechos de sangre.
¿Qué fue lo que hizo nuestro ex presidente Jorge Batlle en el 2002 frente a las cámaras de la cadena Bloomberg, sino un sincericidio?
“Los argentinos son una manga de ladrones del primero al último”, dijo, enfurecido, Batlle.
¿Y qué pasó cuando fue a dar una lacrimosa disculpa al entonces presidente argentino, Eduardo Duhalde? Una catástrofe política y un reverendo bochorno, eso fue lo que pasó.
El cantautor español Joaquín Sabina tiene una canción en la que habla de los sincericidios. Como estos no son compatibles en el amor. “Yo le quería decir la verdad por amarga que fuera, contarle que el universo era más ancho que sus caderas” dice Sabina en "Mentiras Piadosas".
Ninguna mujer enamorada quiere escuchar que el universo es más ancho que sus caderas, ni de esa chica que le hizo perder la cabeza nuestro enamorado.
El sincericidio y el amor, no son compatibles. Tampoco es compatible con la política ni los negocios.
Amigos sincericidas: refrenen sus impulsos de decir verdades a troche y moche. Ni den opiniones que nadie les pidió.
Todos les vamos a estar muy agradecidos.