viernes, 9 de septiembre de 2011

A una década de la barbarie

¿Quién no se acuerda de lo que estaba haciendo esa mañana del 11 de septiembre de 2001? ¿Habrá alguien que haya podido olvidar el humo? ¿Las caras atónitas de los transeúntes? ¿La incredulidad y el pánico reinante? ¿Quién no se acuerda de las esas imágenes irreales de las torres desmoronándose? ¿De los pequeños puntitos desesperados que se precipitaban al vacío, escapándole al fuego? (Dicen que por lo menos cien personas decidieron morir de esta forma antes que carbonizados) ¿De los papeles que volaban de las oficinas como una desbandada de desventurados pájaros blancos? ¿De los millares de fotos de los desaparecidos que brotaron inmediatamente como esperanzados hongos?
¿Quién pudo olvidar el horror en su estado más puro que reinó aquella mañana de perfecto cielo azul en Nueva York? Ciertamente yo no.
Ante la proximidad del 11 de septiembre, sentí la necesidad de recordar ese día que muchos preferiríamos olvidar. Claro que de original no tengo nada, ya que no voy a ser la única que va a escribir algo al respecto. Hace unos cuantos días que empezaron a aparecer en la prensa norteamericana e internacional todo tipo de artículos rememorando esta fecha que nos marcó a todos.
A las 8:46 el primer avión se estrella contra la Torre Norte, a los diecisiete minutos impacta el segundo avión en la Torre Sur. Una nube de humo negro empieza a esparcirse, dos edificios, una ciudad, una nación, el mundo mortalmente herido. Ya nada volvería a ser como antes.
La primera torre se desploma, como en cámara lenta, entre una nube de humo, la gente aterrorizada corre por las calles. El resto de nosotros miramos atónitos el televisor sin atinar a nada. Tanto horror repele y fascina a la vez.
Estaba en Punta del Este el 11 de septiembre del 2001. Me enteré del atentado por un llamado telefónico de mi padre, que tenía el televisor prendido esa mañana. Corrí a mi casa y no me despegué del televisor en todo el día. Intenté llamar a unos amigos en Nueva York y Washington sin suerte –en ese entonces no existían ni facebook, ni twitter- muy distinta hubiera sido la cosa si esto hubiera sucedido ahora.
El avión que se estrelló contra el Pentágono me tocó todavía más de cerca, había vivido en Washington unos cuatro años ya, y estaba convirtiéndose en mi ciudad. Tardé siete meses en volver y radicarme allí otra temporada.
Al volver, todo era muy distinto, la seguridad en los aeropuertos, el ánimo de la gente, una sensación de inocencia perdida, de palpable injusticia permeaba todo. Estados Unidos todopoderoso e invulnerable había sufrido una estocada magistral.
Como resultado del ataque del 11 de septiembre murieron casi 3.000 personas y resultaron heridas unas 6.000. A los tres aviones que se estrellaron contra sus objetivos casi se le suma un cuarto, el vuelo 93 de United Airlines que cayó en un descampado en Pensilvania, después de una lucha entre pasajeros y tripulantes con los terroristas.
Nueva York, una ciudad donde conviven personas de diferentes razas y credos, donde las distintas lenguas se funden en una melodía ininteligible, creando un sonido propio, el idioma de uno de los lugares más dinámicos y cosmopolitas del mundo, de repente se quedó muda.
Esta ciudad, musa inspiradora de numerosos artistas, esta metrópoli reproducida en miles de películas; escenario de romances, aventuras y espectaculares estafas, quedó reducida a una nube de ponzoñoso humo negro que todo lo devoraba a su paso.
Más tarde nos fuimos enterando de los detalles: Al Qaeda, Osama Bin Laden, los nombres de los 19 terroristas, la reacción del entonces presidente George Bush y del alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani, las historias de los sobrevivientes, las víctimas, los desaparecidos, los bomberos, los policías, los familiares…
Diez años pasaron desde este monstruoso atentado, demasiado poco para que las heridas sanen, para que veamos este incidente con la sabia perspectiva que nos da el tiempo.
El humo, los escombros, el silencio sepulcral y el desconcierto están todavía entre nosotros, como si hubiera sucedido ayer. No olvidamos.