Los mismos dinosaurios de siempre, esos a
los que les cantaba el genial Charly García anunciando su desaparición, se
resisten a morir.
Y los dinosaurios son así, pintorescos, de
gran porte y sobre todo obsoletos. Pertenecen
en los museos de historia natural, pero se empeñan en seguir circulando por las
calles. Cada tanto alguno hace el esfuerzo de modernizarse un poco y aparece
por las redes sociales, a veces con algún alias para meter la paja en el ojo
ajeno.
Hay dos características notables y comunes en
todos los dinosaurios: la falta de autocritica, y los delirios de grandeza. Los
dinosaurios se encuentran a sus anchas en la política, tejen alianzas, las
destejen, se traicionan, se abrazan y
sobre todo se sacan fotos en las que se destacan sus vientres prominentes de tanta
parrillada. Los dinosaurios son amigos de los discursos grandilocuentes y los
gestos airados.
Los dinosaurios en general son machos, hay
alguna hembra dando vueltas, pero en general estas no sobreviven en este combo
de vino tinto, choripan, demagogia y testosterona. Si alguna hembra de otra
especie se acerca a la cofradía de dinosaurios, estos ven si pueden usarla de
alguna forma por un ratito pero pronto se aburren de ella y la descartan sin
demasiados miramientos.
En Maldonado abundan los dinosaurios. Viven
en un mundo alternativo en que necesitan de otros dinosaurios que validen su
existencia. Es en el mundo “dinosauril” en que se montan culebrones de amores
interesados, lealtades traicionadas, proclamas y pactos que nunca se pensaron cumplir.
El resto de los seres miramos asombrados a
los dinosaurios y sus torpes andanzas, cantando bajito el estribillo de la canción
de Charly: “Los amigos del
barrio pueden desaparecer, pero
los dinosaurios VAN a desaparecer.”