viernes, 19 de abril de 2013

De cacerolazos, la vieja, Rodete, valijas y otras yerbas

Participar de las manifestaciones populares siempre tiene algo removedor, uno tiene la ilusión de transformarse por un rato en protagonista de la historia. 

Confieso que planee mi viaje a Buenos Aires sabiendo que me iba a tocar estar en el cacerolazo del 18 de abril o el 18A, como lo llamaron. La mayoría de mis amigos argentinos iban a participar de alguna manera u otra, unos marchando, otros coordinando la compra de unos gigantescos globos de helio con los colores de la bandera argentina y leyendas estampadas. Los vi, eran unos globos majestuosos que se elevaron sobre la multitud con consignas como: unidos en libertad, justicia independiente, no a la re re elección y oposición unida.
Gran parte de la gente que conozco en Buenos Aires iba a ser parte de alguna manera u otra de la tercera protesta contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.


La manifestación que yo viví en una tibia noche de abril por las calles de Buenos Aires fue pacífica, respetuosa, multitudinaria y hasta me aventuro a decir un tanto descafeinada. ¿Por qué digo esto último? ¿Qué sentido tiene?
La civilizada concentración del jueves pasado presentó un importante contraste a la vehemente ansia de poder y al apasionado e incendiario relato kirchnerista de la realidad argentina. Quizás fue mi sensación, pero a pesar de que a diferencia de las otras marchas esta iba a contar con el apoyo de la oposición, el gran protagonista siguió siendo el pueblo. Un pueblo demasiado solo, huérfano de representes que tengan la fuerza y los cojones para enfrentarse con la presidente y darle una dosis de su misma medicina. Los líderes de la oposición disfrazados de ciudadanos comunes, simplemente hicieron número. 

Hablando con amigos míos que participaron de la protesta, todos me dijeron, que sentían que no tenían a nadie que los representara. Lo veo, es evidente que para mucha gente es así. Gran parte del pueblo, ese con el cual me mezclé, ese que llevaba carteles caseros con reclamos y consignas, y tomaba la calle con improvisados instrumentos de percusión estaba solo. Esa orfandad se me hizo evidente en las calles de Buenos Aires el jueves 18 de abril del 2013 y me dejó una suerte de melancolía que no me abandona.

La indignación y sensación de impotencia es palpable dentro de los barrios de clase media dentro de los cuales normalmente me muevo , cuando visito esta ciudad. El taxi que me tomé en Aeroparque era manejado por un señor de unos sesenta y tantos años que me urgió a ir a la marcha, y cuando supo que era uruguaya fue imposible no hablar de la vieja y el tuerto, el escándalo destapado recientemente en el programa del periodista Jorge Lanata, en el cual se mencionan las valijas llenas de dinero que supuestamente viajaban a Uruguay entre otros destinos, y el dudoso personaje que hizo todas estas acusaciones. “Rodete, lo llamamos nosotros” me dice el hombre con un tonito irónico y la gracia característica de muchos porteños, refiriéndose al joven Leonardo Fariña, uno de los personajes de la semana, que alimentaron la rabia popular entre algunos sectores.

El relato oficial también despierta pasiones, agradecí la ocasión de escuchar la otra campana de la boca de otro  taxista, el día después de la marcha. En este caso era un uruguayo radicado en Buenos Aires desde 1986 que defendió vehementemente en los veinte minutos que duró mi viaje, la gestión del actual gobierno, demonizó al grupo Clarín y vivió la manifestación del 18A como una afrenta personal.

El jueves de noche, cuando volví al lugar donde me estoy quedando, cansada de la caminata por la avenida 9 de Julio y con la cabeza llena de imágenes y sensaciones de lo que acababa de vivir, me encontré que una amiga había escrito algo que reflejaba muy bien mi, en ese entonces inexplicable, desazón:

“una suerte de desánimo me invade ...
hoy es la marcha 18A para mostrar nuestro descontento ...
me siento un poco idiota ...

no pertenezco a ningún partido político, voy por las mías ,porque me hace mal ver a la Argentina como está ...
no me siento representada por nadie, me hace “ruido“ esto de ir a la calle ,manifestarse un rato para luego volver a casa ...
meterme en una cama calentita y comentar por las redes sociales ...’señora de la casa que se queja’...

La verdad...me siento una idiota 
algo se me escapa...”


Tengo la misma sensación Daniela, a mí como espectadora y amiga de este pueblo querido también se me escapó algo. 

sábado, 6 de abril de 2013

Reinas y señoras del lugar


Llegó la época de las solitarias caminatas por la playa acompañada de mi perra Cleo.
Cleo es una golden retriever que acaba de probar las delicias y responsabilidades de la maternidad, y aguarda con impaciencia las señales de que estoy pronta para invitarla a que me secunde en uno de nuestros paseos matinales.  Espera con manifiesta ansiedad el momento de compartir un poco de tiempo a solas con su dueña, lejos de dos demandantes y rechonchos cachorros de apenas 15 días.
La playa se extiende inmensa para nosotras dos. El mar embravecido de un color gris plomizo no invita a bañarse, sino que impone un sobrecogedor respeto. Nuestras huellas nos siguen, son las únicas en la playa, las olas barrieron los rastros del paso de otros seres.  La playa es toda nuestra, somos las dueñas y señoras del lugar. Compartimos nuestro provisorio reinado con una bandada de gaviotas y eventualmente hacia el fin de nuestro paseo, nos topamos con un solitario pescador que espera el pique de esa elusiva corvina.
Es una época que puede ser melancólica en Punta del Este.  Vemos día a día como el verano nos abandona, los comercios cierran para dar licencia a su personal, de un día para otro se apagan los semáforos. Los locales lo vivimos casi como un rito “Apagaron los semáforos, ¿viste?” nos decimos unos a otros con un airecito cómplice.  
Cuando llega la noche, los numerosos edificios que pueblan el paisaje tienen apenas dos o tres luces encendidas, dándole a la ciudad un aire misterioso. Punta del Este en esta época del año no es para todos, muchos encuentran inquietante su solitaria belleza. Extrañan el bullicio de la gente, el tráfico, las luces. Esos son los que se vuelven a sus lugares de origen, los que ya no me acompañan en mis caminatas matinales con Cleo.
Cleo y yo sabemos que nuestro reinado dura poco, que son apenas unos días en los que nuestras huellas son las únicas de la playa de Punta de Piedras. Mientras tanto lo disfrutamos y antes de volver a casa juntamos algunas ramitas y piñas para prender la chimenea. Viento fresco, olor a mar y madera quemándose, aromas de Punta del Este en otoño, un placer reservado para unos pocos.