martes, 23 de agosto de 2016

Un ejemplo desde México

Existe un lugar donde conviven la modernidad y la tradición, donde las casas coloniales color  terracota exhiben orgullosas sus cuidadas fachadas, detrás de las cuales se esconden  magníficos patios llenos de plantas y espaciosas habitaciones exquisitamente decoradas. Un  lugar donde los autos respetan a los peatones mientras estos cruzan las estrechas y  empinadas calles de piedras. Una ciudad donde los artesanos ofrecen sus creaciones  multicolores, mientras altivos mariachis caminan por la plaza principal en busca de clientes a  quienes dedicarle sus canciones. Un lugar limpio y cuidado, con gente amable, dispuesta a  ayudar al turista a disfrutar de su ciudad. Este lugar es San Miguel de Allende en el estado de Guanajuato en México. Su belleza y  señorío, sumado a un amable clima, le han valido a esta ciudad a 267 kilómetros de la capital,  renombre internacional convirtiéndola en un importante destino turístico y uno de los lugares  preferidos para los extranjeros, especialmente estadounidenses, que buscan radicarse fuera de  su país. Fundada en 1542 por Fray Juan de San Miguel, quien bautizó el asentamiento como San  Miguel el Grande, era un punto de paso importante del Antiguo Camino Real, parte de la ruta  de la plata que se conectaba con Zacatecas. San Miguel fue declarado monumento histórico en  1926 por el Gobierno mexicano y fue descubierta como lugar turístico en la década del  cincuenta, gracias a su bella arquitectura colonial y sus fuentes termales. En San Miguel viven aproximadamente unos 10.000 estadounidenses ­de los 2.5 millones que  viven en México­. Cuenta con aproximadamente unos 62.000 habitantes en el área  metropolitana y unos 140.000 en el municipio del mismo nombre. La contribución de los expatriados es evidente. En 1937 un norteamericano de 27 años oriundo  de Chicago llamado de Stirling Dickinson se enamoró de este pueblo color terracota, y se  convirtió en uno de los fundadores de la Escuela Universitaria de Bellas Artes. Este instituto  tuvo profesores tan prestigiosos como el muralista David Alfaro Siqueiros, y atrajo a artistas de  todo el mundo, dándole a San Miguel de Allende parte del carácter que hasta hoy conserva, y  lo hace tan especial. La combinación de artistas e inquietos residentes extranjeros le dieron a  esta ciudad una impronta muy particular, en la que se destaca el respeto por la arquitectura  colonial, una estética muy cuidada, y una gran preocupación por mantener las tradiciones. Los  San Miguelenses ­tanto los oriundos, como los por elección­ están orgullosos de su pueblo y lo  cuidan como a su propia casa. Hoy en día en el centro histórico hay numerosos lugares en los que uno escucha tanto el inglés  como el español. La presencia de los extranjeros es palpable, estos sobresalen cuando  caminan por las empinadas calles del centro histórico­ ya que son notoriamente más altos que  los mexicanos­ muchos han puesto comercios que ya llevan décadas en funcionamiento, y al  igual que en Punta del Este, pululan las “Real Estate Agencies” ofreciendo casas y  departamentos que de afuera mantienen su fachada colonial, pero adentro tienen todas las  comodidades imaginables. 

Aunque las comparaciones no son siempre justas, no pude evitar comparar San Miguel con  Punta del Este. ¿Cómo va a hacer semejante cosa? se estarán preguntando ¿No acaba de decir que San  Miguel de Allende fue fundado en 1542? ¿Compararlos según que parámetro? Uno está en el  hemisferio norte y el otro en el sur y además los separa la friolera de 367 años entre la  fundación de uno y el otro. Mientras San Miguel ostenta su identidad y su pasado colonial, parece que Punta del Este se  empeña en deshacerse de la mayor cantidad posible de construcciones que representan  épocas pasadas. Y así es como de la mañana a la noche, tiraron abajo el viejo Cine Ocean  donde generaciones de hoy sesentones y cincuentones de residentes y turistas asistieron a  largas sesiones de cine en los días de lluvia del balneario.  Si bien el sitio era una cueva de  ratas y linyeras, además de refugio de pasadores de droga que le daba dolores de cabeza a la  policia y a los vecinos, se podía haber pensado en un reciclaje que mantuviera la fachada  principal y el resto fuera un jardín, o cualquier otra cosa imaginable antes de la destrucción y el  abandono del terreno.Otro emblemático edificio,  el viejo hotel Palace, construido en 1907, el  Hotel de  Pedro Risso (luego Central y hoy Hotel Palace)que  sobrevivió a las crisis mundiales  de 1929, a la Primera y Segunda Guerras Mundiales y superó  el embargo a la llegada de  turistas argentinos dictado durante la segunda presidencia de Juan Perón (1952­1955), las  devaluaciones argentinas de los años `80 y `90, así como también el estallido en Argentina  durante el gobierno de Fernando de la Rúa a fines del año 2001, seguido por la crisis uruguaya,   si bien permanece en pie,espera envejecido y deslucido que desarrollistas inmobiliarios  decidan reciclarlo en el mejor de los casos y tirarlo abajo en el peor, cuando la coyuntura  regional lo permita. Casi al lado del colonial edificio, otro recuerdo de la década del 70, del arquitecto Lucas Rios,la  galería del Concorde que albergaba la mejor sala de cine de la ciudad, es hoy una mole de  cemento abandonada con un caballo de hierro sin cabeza en su entrada principal . Es propiedad de un especulador inmobiliario que sueña con convertirla en una torre de 50 pisos  que por el momento ninguno de los gobiernos  ha autorizado. Un poco más lejos, el viejo Club  democrático en la más linda calle de palmeras del este, está tapiado y pintado de negro a la  merced de graffers y vándalos. Y podemos seguir enumerando decenas de emblemáticos edificios o casas que son despojos  de un Punta del Este que fue, y que están ahí, en ruinas, deshechos, desamparados, sin que  nadie se preocupe por aunque mas no sea pintarles la fachada. Crisis ha habido muchas en estos 109 años que tiene de vida Punta del Este, y todas se han  superado. La que no sabemos si va a poder ser superada es la crisis de identidad que nos  afecta. Al contrario de San Miguel de Allende donde los inversionistas han conservado y  valorizado las viejas construcciones coloniales que le dan carácter e identidad al pueblo, en  Punta del Este se descuidan y destruyen para en su lugar construir moles de cemento que  tanto podrían estar en Miami, Cancún o Mar del Plata. En lo que sí nos asemejamos a  San Miguel de Allende, es en la cantidad de empresas de  “Real Estate” (no inmobiliarias ni empresas que comercializan bienes raíces, sino la versión  anglo de estas, que suena más impresionante). Ojalá que esto no fuera lo único que tenemos en común con esta ciudad en México, ojalá que  aprendiéramos a preservar las pocas cosas que constituyen nuestra identidad, ­joven si,  comparada con los 469 años de San Miguel de Allende­, pero ya somos mayorcitos,  superamos el centenario y tenemos edificios y casas que vale la pena  preservar porque  forman parte del paisaje que hizo de este lugar un sitio tan valorado y buscado por gente de  todas partes del mundo.