Existe un lugar donde conviven la modernidad y la tradición,
donde las casas coloniales color
terracota exhiben orgullosas sus cuidadas fachadas, detrás de las cuales
se esconden magníficos patios llenos de
plantas y espaciosas habitaciones exquisitamente decoradas. Un lugar donde los autos respetan a los peatones
mientras estos cruzan las estrechas y
empinadas calles de piedras. Una ciudad donde los artesanos ofrecen sus
creaciones multicolores, mientras
altivos mariachis caminan por la plaza principal en busca de clientes a quienes dedicarle sus canciones. Un lugar
limpio y cuidado, con gente amable, dispuesta a
ayudar al turista a disfrutar de su ciudad. Este lugar es San Miguel de
Allende en el estado de Guanajuato en México. Su belleza y señorío, sumado a un amable clima, le han
valido a esta ciudad a 267 kilómetros de la capital, renombre internacional convirtiéndola en un
importante destino turístico y uno de los lugares preferidos para los extranjeros,
especialmente estadounidenses, que buscan radicarse fuera de su país. Fundada en 1542 por Fray Juan de San
Miguel, quien bautizó el asentamiento como San
Miguel el Grande, era un punto de paso importante del Antiguo Camino
Real, parte de la ruta de la plata que
se conectaba con Zacatecas. San Miguel fue declarado monumento histórico
en 1926 por el Gobierno mexicano y fue
descubierta como lugar turístico en la década del cincuenta, gracias a su bella arquitectura colonial
y sus fuentes termales. En San Miguel viven aproximadamente unos 10.000
estadounidenses de los 2.5 millones que
viven en México. Cuenta con aproximadamente unos 62.000 habitantes en
el área metropolitana y unos 140.000 en
el municipio del mismo nombre. La contribución de los expatriados es evidente.
En 1937 un norteamericano de 27 años oriundo
de Chicago llamado de Stirling Dickinson se enamoró de este pueblo color
terracota, y se convirtió en uno de los
fundadores de la Escuela Universitaria de Bellas Artes. Este instituto tuvo profesores tan prestigiosos como el muralista
David Alfaro Siqueiros, y atrajo a artistas de
todo el mundo, dándole a San Miguel de Allende parte del carácter que
hasta hoy conserva, y lo hace tan
especial. La combinación de artistas e inquietos residentes extranjeros le
dieron a esta ciudad una impronta muy
particular, en la que se destaca el respeto por la arquitectura colonial, una estética muy cuidada, y una
gran preocupación por mantener las tradiciones. Los San Miguelenses tanto los oriundos, como los
por elección están orgullosos de su pueblo y lo cuidan como a su propia casa. Hoy en día en
el centro histórico hay numerosos lugares en los que uno escucha tanto el
inglés como el español. La presencia de
los extranjeros es palpable, estos sobresalen cuando caminan por las empinadas calles del centro
histórico ya que son notoriamente más altos que los mexicanos muchos han puesto comercios
que ya llevan décadas en funcionamiento, y al
igual que en Punta del Este, pululan las “Real Estate Agencies”
ofreciendo casas y departamentos que de
afuera mantienen su fachada colonial, pero adentro tienen todas las comodidades imaginables.
Aunque las
comparaciones no son siempre justas, no pude evitar comparar San Miguel con Punta del Este. ¿Cómo va a hacer semejante
cosa? se estarán preguntando ¿No acaba de decir que San Miguel de Allende fue fundado en 1542?
¿Compararlos según que parámetro? Uno está en el hemisferio norte y el otro en el sur y además
los separa la friolera de 367 años entre la
fundación de uno y el otro. Mientras San Miguel ostenta su identidad y
su pasado colonial, parece que Punta del Este se empeña en deshacerse de la mayor cantidad
posible de construcciones que representan
épocas pasadas. Y así es como de la mañana a la noche, tiraron abajo el
viejo Cine Ocean donde generaciones de
hoy sesentones y cincuentones de residentes y turistas asistieron a largas sesiones de cine en los días de lluvia
del balneario. Si bien el sitio era una
cueva de ratas y linyeras, además de
refugio de pasadores de droga que le daba dolores de cabeza a la policia y a los vecinos, se podía haber
pensado en un reciclaje que mantuviera la fachada principal y el resto fuera un jardín, o
cualquier otra cosa imaginable antes de la destrucción y el abandono del terreno.Otro emblemático edificio, el viejo hotel Palace, construido en 1907,
el Hotel de Pedro Risso (luego Central y hoy Hotel
Palace)que sobrevivió a las crisis
mundiales de 1929, a la Primera y
Segunda Guerras Mundiales y superó el
embargo a la llegada de turistas
argentinos dictado durante la segunda presidencia de Juan Perón (19521955),
las devaluaciones argentinas de los años
`80 y `90, así como también el estallido en Argentina durante el gobierno de Fernando de la Rúa a
fines del año 2001, seguido por la crisis uruguaya, si bien permanece en pie,espera envejecido y
deslucido que desarrollistas inmobiliarios
decidan reciclarlo en el mejor de los casos y tirarlo abajo en el peor,
cuando la coyuntura regional lo permita.
Casi al lado del colonial edificio, otro recuerdo de la década del 70, del
arquitecto Lucas Rios,la galería del
Concorde que albergaba la mejor sala de cine de la ciudad, es hoy una mole
de cemento abandonada con un caballo de
hierro sin cabeza en su entrada principal . Es propiedad de un especulador
inmobiliario que sueña con convertirla en una torre de 50 pisos que por el momento ninguno de los
gobiernos ha autorizado. Un poco más
lejos, el viejo Club democrático en la
más linda calle de palmeras del este, está tapiado y pintado de negro a la merced de graffers y vándalos. Y podemos
seguir enumerando decenas de emblemáticos edificios o casas que son
despojos de un Punta del Este que fue, y
que están ahí, en ruinas, deshechos, desamparados, sin que nadie se preocupe por aunque mas no sea pintarles
la fachada. Crisis ha habido muchas en estos 109 años que tiene de vida Punta
del Este, y todas se han superado. La
que no sabemos si va a poder ser superada es la crisis de identidad que nos afecta. Al contrario de San Miguel de Allende
donde los inversionistas han conservado y
valorizado las viejas construcciones coloniales que le dan carácter e
identidad al pueblo, en Punta del Este
se descuidan y destruyen para en su lugar construir moles de cemento que tanto podrían estar en Miami, Cancún o Mar
del Plata. En lo que sí nos asemejamos a
San Miguel de Allende, es en la cantidad de empresas de “Real Estate” (no inmobiliarias ni empresas
que comercializan bienes raíces, sino la versión anglo de estas, que suena más impresionante).
Ojalá que esto no fuera lo único que tenemos en común con esta ciudad en
México, ojalá que aprendiéramos a
preservar las pocas cosas que constituyen nuestra identidad, joven si, comparada con los 469 años de San Miguel de
Allende, pero ya somos mayorcitos,
superamos el centenario y tenemos edificios y casas que vale la
pena preservar porque forman parte del paisaje que hizo de este
lugar un sitio tan valorado y buscado por gente de todas partes del mundo.