martes, 12 de abril de 2022

El año del colibrí

Este último año fue uno en el que nuestro mundo pasó por las pequeñas cosas. Las circunstancias nos obligaron a reencontrarnos con nuestras casas, nuestros espacios, nuestros balcones y jardines. En la era de la globalización hubo que poner en pausa los viajes transatlánticos y los planes de conocer países remotos.  Tuvimos que enfocarnos en lo que nos rodeaba, y descubrir la belleza más cercana que muchas veces no miramos, apurados por buscar la distracción fuera de nuestros hogares.

Para Reid Buckley, un norteamericano radicado hace más de una década en Punta del Este, fue el año de reconectarse con una de sus pasiones: la fotografía.  Desde el jardín de su casa en El Chorro, encontró en unos coloridos pájaros minúsculos, un mundo nuevo y fascinante.

Como estudiante de arte en los Estados Unidos en la década del setenta, Reid había experimentado con distintas técnicas fotográficas, el revelado en el cuarto oscuro y el uso de filtros para lograr distintos efectos, lejos todavía de la era digital y sus múltiples posibilidades.

Reid observó que durante la primavera llegaban a su jardín varios colibríes, empezó a darles de comer agua azucarada y fue allí donde se creó una suerte de relación con los pájaros. Estos aparecían a una determinada hora, revoloteando alrededor del comedero, prácticamente exigiendo su comida, Reid los esperaba cámara en mano. Fue allí que empezó a distinguirlos, incluso a bautizarlos. “Disco Bird” es un colibrí de plumaje verde iridiscente que brilla al sol, “The Duelist” es especialmente agresivo, territorial, capaz de retar a duelo a cualquier colibrí que se atreva a acercarse demasiado al comedero o “El Calvo” al que le faltan casi todas las plumas de la cabeza. En el jardín había, si uno se tomaba un rato para observar, un micro mundo con su dinámica propia. Un universo colorido y singular, pronto para ser descubierto y fotografiado.

"Los he visto batirse a duelo con sus picos, como si de pequeños mosqueteros se tratara" dice Reid. "Son muy curiosos, casi temerarios, siempre te están observando, se quedan suspendidos en el aire como interpelándote.”

Los colibríes han despertado la fascinación de los humanos a lo largo de la historia. Hay varios mitos y leyendas ligados a ellos, algunos de la era prehispánica. Uno de los mitos más importantes que involucra a estos pájaros es del Imperio Mexica.

Cuenta la leyenda que, mientras Coatlicue, diosa de la fertilidad, barría su templo en la montaña de las serpientes, una brisa hizo que varias plumas de colibrí se asentaran en su seno. Fue así que en su vientre se gestó Huitzilipochtli quien, al nacer, legó al mundo con una armadura, un escudo de águila y sandalias forradas en plumas de colibrí. Cuando Huitzilipochtli se ganó su puesto como dios tutelar de los mexicas, los guió hasta Aztlán con sus mensajeros alados. Fue así como alcanzaron la tierra donde alzaron su civilización entera. Por esto, a nivel cosmogónico, estos pájaros ocupan un lugar importante en la era precolombina.

Los guaraníes también tienen entre sus creencias una que involucra a estas aves. Cuenta la leyenda que la muerte no es el final de la vida, pues el hombre, al morir, abandona el cuerpo en la Tierra pero el alma continúa su existencia. El alma se desprende y vuela a ocultarse en una flor a la espera de un mágico ser. Entonces es cuando aparece el “mainimbú” (nombre guaraní del Colibrí) y recoge las almas que están en las flores, para guiarlas al Paraíso. Esta es la de que vuele de flor en flor. Es por eso que la visita de los colibríes es considerada como una visita de un alma querida del más allá.

Los colibríes son exclusivos de las Américas, no existen en otras partes del mundo y están distribuidos desde Alaska hasta Tierra del Fuego. De acuerdo con los registros fósiles, lo más probable es que sus ancestros hayan sido originarios de Europa o Asia. Después se desplazaron a Sudamérica y se esparcieron por gran parte del continente, al tiempo que se extinguieron en el Viejo Mundo.

Estas aves son, junto con las abejas  y las mariposas, de los principales polinizadores. En un día, consumen su propio peso en néctar. Su vuelo es único, tienen 200 batidos de ala por segundo, pueden volar hacia atrás o mantenerse suspendidos en un sitio. Este puede alcanzar una velocidad de 70 kilómetros por hora y cuando están en época reproductiva, algunos alcanzan hasta 130 kilómetros por hora en picada, como parte de un ritual de apareamiento en el que los machos demuestran su destreza para atraer a las hembras. El colibrí incuba sus huevos durante 14 a 23 días y en algunas de las especies más pequeñas, estos son del tamaño de un grano de café

Sus flores favoritas son las tubulares de color rojo o amarillo. Tienen un corazón muy grande para su cuerpo, para que puedan bombear la sangre con mayor rapidez y obtener el oxígeno que necesitan para aletear a velocidades tan altas, también tienen un cerebro muy grande comparado con otras especies de su tamaño. Dependiendo de la especie, el pico de los colibríes puede llegar a medir la misma longitud que su cuerpo. Viven de 6 a 12 años.

El colibrí abeja de Cuba también conocido como Zunzuncito, es el ave más pequeña del mundo. Mide alrededor de 5 centímetros de largo y pesa apenas 2 gramos. El orden al que pertenecen, Apodiformes, significa “sin pies”. Los colibríes tienen patas, pero son muy pequeñas y poco desarrolladas, por lo que no las usan para caminar.

Se dice que existen poco más de unas trescientas especies diferentes, algunas de ellas se encuentran en peligro de extinción, una de sus principales amenazas es la pérdida de su hábitat.

El poeta chileno Pablo Neruda, tiene entre sus poemas uno dedicado a estos pequeños  seres alados, escrito en 1956 y forma parte de su libro “Nuevas Odas Elementales”.

 

Al colibrí,

volante chispa de agua,

incandescente gota de fuego americano,

resumen encendido de la selva,

arco iris de precisión celeste:

al picaflor un arco,

un hilo de oro,

una fogata verde!

 

Oh mínimo relámpago viviente,

cuando se sostiene en el aire

tu estructura de polen,

pluma o brasa,

te pregunto,

qué cosa eres,

¿en dónde te originas?

 

Tal vez en la edad ciega del diluvio,

en el lodo de la fertilidad,

cuando la rosa se congeló en un puño de antracita

cada uno en su secreta galería,

tal vez entonces del reptil herido

rodó un fragmento,

un átomo de oro,

la última escama cósmica,

una gota del incendio terrestre

y voló suspendiendo tu hermosura,

tu iridiscente y rápido zafiro.

 

Duermes en una nuez,

cabes en una minúscula corola,

flecha,

designio,

escudo,

vibración de la miel, rayo del polen,

eres tan valeroso

que el halcón con su negra emplumadura no te amedrenta:

giras como luz en la luz,

aire en el aire,

y entras volando en el estuche húmedo

de una flor temblorosa

sin miedo de que su miel nupcial te decapite.

 

Del escarlata al oro espolvoreado,

al amarillo que arde,

a la rara esmeralda cenicienta,

al terciopelo anaranjado y negro

de tu tornasolado corselete,

hasta el dibujo que como

espina de ámbar te comienza,

pequeño ser supremo,

eres milagro,

y ardes desde California caliente

hasta el silbido del viento amargo de la Patagonia.

 

Semilla del sol

eres fuego emplumado,

minúscula bandera voladora,

pétalo de los pueblos que callaron,

sílaba de la sangre enterrada,

penacho del antiguo corazón sumergido


"Cuando empecé con este proyecto, me acordé de "Walden y la vida en los bosques de Henry David Thoreau”, dice Reid "como el gran mundo puede estar contenido en un rincón de nuestro jardín"


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