jueves, 18 de noviembre de 2010

Entre chismes y rumores

Estamos en la era de las apariencias. No importa lo que es sino lo que parece, o si parece pero no es, no importa, lo principal es la percepción colectiva y no la esencia.

Estamos en la era de los rumores. Si lo alguien lo dijo, lo escuchamos por casualidad o lo leímos en algún lado –llámese red social, revista de chismes, blog, programa de televisión, cadena de emails- debe ser verdad; y si no es cien por ciento comprobable, algo de verdad debe tener.

¿Cómo sobrevivir a la sobredosis de dudosa información con la cual nos bombardean a diario? Esto requiere una disciplina casi espartana y un autocontrol digno de un consumado yogui (y no me refiero al oso amigo de Bubu).

Algunos de los datos que nos llegan son malintencionados, muchos de ellos, simplemente irresponsables y la mayoría de las veces, virtualmente imposibles de rastrear. Necesitamos una gran dosis de escepticismo para navegar por las dos primeras décadas del siglo XXI sin dejar que la superabundancia de información nos seduzca, como el canto de las sirenas cautivaba y enloquecía a los desgraciados marinos en La Odisea.

Al igual que el peligroso canto de estas peculiares figuras mitológicas, el chismorreo es irresistible para muchos, y aunque todos sabemos de los riesgos de prestar nuestros oídos para escucharlos y tratamos de resistirnos a la irrefrenable urgencia de repartirlos, es virtualmente imposible no dejarnos envolver por la ondulante marea de datos de variadas fuentes, con la que nos enfrentamos diariamente.

Como Ulises, tenemos que adoptar alguna técnica para dejar pasar los seductores chismes y no perpetuar el ciclo ad infinitum. De nosotros depende interrumpir el flujo de supuestas infidelidades, presuntas estafas, sospechosas cirugías plásticas, inminentes divorcios y demás jugosos -pero la mayoría de las veces- inverificables datos.

Muchos de nosotros hemos sido el sujeto de un chisme en alguna oportunidad, y todos hemos colaborado, inadvertidamente algunas veces y a sabiendas otras, a difundir un rumor malicioso. En la era de las comunicaciones el chisme nos ataca desde distintos flancos y se mueve a la velocidad de la luz.

Los rumores nacen con nosotros y cobran la importancia que les damos. Los creamos o los recogemos ya creciditos, y los lanzamos en una loca carrera de relevos una vez que decidimos difundirlos, azuzados por nuestra irresponsabilidad, alimentados por nuestro ingenio, los catapultamos hacia una meta borrosa e imprecisa que casi siempre termina con un amargo trofeo para alguno de los involucrados.

Lectores del Diario Correo de Punta del Este: la próxima vez que nos topemos con un malicioso e irresistible chisme, respiremos hondo, contemos hasta diez o hasta cien si es necesario, y sopesemos las posibles consecuencias de difundir ese rumor.

Si la urgencia por propagarlo es irrefrenable, por favor me mandan un correo electrónico a flosader@hotmail.com.