Existe un gran “Moloch” que vive en la
intersección de las calles Acuña de Figueroa y Burnett en la capital del
departamento de Maldonado y crece de forma antinatural, como pan con exceso de
levadura.
Moloch fue un dios de los fenicios, al cual los hombres para redimirse de sus
pecados le ofrecían niños vivos, que eran devorados por el fuego que anidaba sus
entrañas. Era representado por un figura humana con cabeza de carnero o
becerro.
A
nuestro Moloch local lo tienen sin cuidado los niños. Esta macabra deidad tiene
gustos un poco menos refinados y la digestión más pesada. En vez carne tierna, a
fuerza de una dieta forzada le fue tomando el gustito a los metros cuadrados de hormigón.
Nuestro
Moloch empezó siendo más modesto, más
frugal de lo que es ahora, pero a mediados de la década de los noventa algo
cambió y se fue poniendo angurriento. A medida que se acostumbró a la dieta que
le impusieron, aumentó su voracidad y empezó a pedir más y más cemento. El
apetito de este dios que tememos y adoramos en Maldonado, parece no tener límites.
Poco le importa si en el proceso se sacrifican hectáreas de bosques e idílicos
paisajes, la opinión de la gente que allí vive o si se altera irremediablemente
el frágil equilibrio de pequeños pueblos rurales. Exige despótico la
reconversión de tierra para permitir más cemento y más cemento a una velocidad
cada vez mayor.
No le
basta con unos modestos 200.000 metros cuadrados por año, ritmo al que crece otra
ciudad balnearia como Mar del Plata, quiere más que eso y para lograrlo se vale
del trillado argumento del progreso. El
avance de Moloch es implacable y no admite titubeos ni demoras, lo principal es
conseguir esos metros cuadrados para saciar momentáneamente su hambre voraz.
En los primeros seis meses del año, Moloch tuvo
servido en su mesa unos 280.000 metros cuadrados ofrecidos en sacrificio por
derecha y de acuerdo a las normas vigentes. Sin embargo, este suculento plato
no vino solo. Forma parte del menú ofrecido en el mismo período, otros
800 mil metros cuadrados generados a partir de la reforma de la ordenanza para
la zona de Piedras del Chileno y Laguna del Diario. Una suerte de espeto
corrido o de tenedor libre que contienen también otras propuestas para el ídolo
insaciable, que todavía no pudo empezar a deleitarse con los 6.5 millones de
metros cuadrados aprobados el 18 de diciembre pasado en el ambicioso plan de
desarrollo para el Eje Aparicio Saravia y la zona de Rincón del Indio. Todavía
las condiciones no están dadas para que la construcción empiece, arrasando
uno de los últimos pulmones verdes que
quedan cerca de Punta del Este.
Moloch no limita su apetito a zonas urbanas. En
los últimos tiempos le echó el ojo a un apacible pueblito rural, hasta ahora
fuera del radar. Es el turno de pueblo Garzón.
De salir aprobado el proyecto edilicio allí propuesto, -proyecto que enfrenta a
lugareños y extranjeros que llegaron a este remoto rincón del departamento,
atraídos inicialmente por el marketing de Francis Mallmann y el tranquilo
estilo de vida que allí se promueve-, se tirarán a la hoguera de sacrificios otros
762.00 metros cuadrados, según palabras del arquitecto José Luis Real, autor
del proyecto.
Tierras fiscales tampoco se salvan. En el mes de
septiembre se pusieron en venta cuarenta y dos terrenos pertenecientes a la
Intendencia de Maldonado que hacían de plazas o espacios verdes entre
edificación y edificación. Estos ahora están a la venta para financiar el Centro de Convenciones y
viviendas de interés social. Adiós espacios verdes.
Moloch es insaciable. Como todo ídolo con poderos
divinos pero con necesidades terrenales, al mejor estilo de una tragedia
griega.