jueves, 12 de agosto de 2010

Capricho y yo


Capricho es grandote, gris y cabezón; tan peludo por fuera, que se diría que es un animal de peluche. Sólo sus ojos marrones y expresivos lo delatan. Lo dejo suelto y se queda ahí parado, esperando su terrón de azúcar. Lo llamo dulcemente: ¿Capricho?, y me mira de reojo a una distancia prudente, antes de acercarse, para comprobar si efectivamente tengo la codiciada golosina.

Capricho está saliendo de la adolescencia, a sus escasos cuatro años está mostrando signos de una nueva adquirida madurez. A pesar de ser mucho más grande y fuerte que yo, me obedece, no siempre gustosamente, pero hace lo que le pido, creo que la mayoría de las veces debe pensar que mis órdenes carecen de sentido.

La vida de Capricho y sus amigos transcurre en un campo con vista al mar; como ocupaciones tiene comer la mayor cantidad de pasto posible, evacuar copiosamente ese pasto una vez digerido, un poco de ejercicio -siempre y cuando no llueva- y esperar los terrones de azúcar que le llevo en mis visitas. El azúcar es generalmente un premio por su buen comportamiento, -creo que él no lo ve como una recompensa, sino como su legítimo derecho-.

Capricho no puede volar como Pegaso, ni alberga un ejército en su vientre como el Caballo de Troya. A pesar de que en sus venas corre sangre de sus antepasados guerreros, no creo que tenga que demostrar su valor en combate, como lo hicieron Bucéfalo o Babieca. Tampoco es el caballo de un cacique Tehuelche como Pampero, o de un caballero andante como Rocinante, pero a medida que pasa el tiempo voy descubriendo rasgos de su carácter que lo hacen un digno descendiente de estos corceles famosos.

A Capricho no le gustan las motocicletas en general, no importa la marca, modelo o color, aunque las “MADE IN CHINA” le gustan todavía menos. No sé si piensa que le hacen competencia, pero el hecho es que las detesta. Tanto es así que hace poco arremetió contra la “Winner” del capataz del campo. Quienes vieron el acto de vandalismo dicen que simplemente tomó carrera y le dio un topetazo que la hizo volar por los aires, después siguió pastando como si tal cosa.

Capricho es uno de los treinta y tantos caballos Lusitanos que hay en Uruguay. Esta raza tiene el mismo origen del caballo Andaluz, en realidad eran una misma raza hasta los años sesenta, en que decidieron separarlas. El Lusitano es el caballo preferido en las corridas de toros, se destaca por su inteligencia, bravura y nobleza. La estirpe de Capricho llegó a América con los conquistadores, su sangre corre en las venas de la mayoría de nuestros resistentes y leales caballos Criollos.

A pesar de provenir de un rancio abolengo, Capricho no se la cree; vive su despreocupada juventud sin tomar consciencia de que es el sucesor de las cabalgaduras de nuestros próceres. Muchos de los generales y coroneles adornados por las palomas en nuestras plazas, montan los antepasados de este joven cuadrúpedo.

Mi relación con Capricho es relativamente reciente, hace apenas unos seis meses que nuestras vidas se cruzaron. En ese tiempo hemos aprendido a conocernos y compartimos aburridas vueltas en círculo en un picadero, amenizado por divertidos paseos a la playa o a campos cercanos, dónde tanto él como yo, estamos en un constante estado de fascinación ante el descubrimiento de un nuevo mundo.

Él porque es un joven impresionable recién llegado de Tacuarembó, y el universo está lleno de atracciones y distracciones, y yo porque el mundo se ve muy distinto desde el lomo de un caballo. Uno no sólo tiene la ilusión de ser más alto, más rápido, más fuerte, sino que se siente agradecido de que un animal tan bello y poderoso nos deje imponerle nuestra voluntad,-bueno sólo por un ratito, siempre y cuando al final haya un terrón de azúcar como recompensa-.

1 comentario:

casilda aguirre de carcer dijo...

que belleza tener una relacion tan estrecha con un animal y tan noble