viernes, 8 de julio de 2011

Sincericidios … de Jorge a Joaquín



En mi última vista a Buenos Aires, un amigo me habló casualmente del sincericidio.
Era la primera vez que oía a alguien usar este término. Exista o no para la Real Academia Española, sincericidio es una palabra excelente. Por demás ilustrativa.
Desde ese momento me embarqué en una quijotesca cruzada tratando de encontrar la definición más aproximada, y ejemplos ilustrativos de sincericidios y sincericidas. Pedí la colaboración de amigos y conocidos, y aunque la mayoría nunca había oído este término, todo el mundo tenía algo que decir al respecto.
La definición que a mi parecer más se aproxima es: Suicidio u homicidio mediante sobredosis de sinceridad.
Si lo piensan bien, ¿quién no perpetró alguna vez un sincericidio?
Todos, en un momento de debilidad, quizás con una copita de más, hemos tenido un instante en el que las palabras brotaron de nuestra boca como un vómito imparable, salpicando a nuestro pobre interlocutor, dejándolo momentáneamente anonadado, mientras nos preguntamos ¿por qué se me ocurrió decir eso? Ese es el momento en que nos convertimos en sincericidas, ya que aniquilamos al otro por no saber callarnos la boca.
Hay cosas que en el fondo nadie quiere saber, o por lo menos no queremos escucharlas de otros.
Es ahí donde entra una peligrosa especie de fanáticos que son un peligro para la humanidad.
Son los sincericidas asumidos, orgullosos de su condición, que exhiben su monstruosidad y se jactan de ir por el mundo asesinando egos impunemente y mutilando corazones. Bien dijo el clérigo y profesor ingles Robert Burton: “Una palabra hiere más profundamente que una espada.”
“Yo digo la verdad, soy sincero” dicen estos nefastos personajes a quienes nadie les preguntó nada, pero nada les importa a estos maníacos de la verdad, no evalúan el daño que pueden causar, ni el peso que tienen las palabras.
Existen los sincericidos políticos –estos son lo más raros-, los sincericidios maritales –generalmente fatales, aunque un poco más comunes que los primeros-, los sincericidios amistosos, - estos son los que tienen mayor grado de sobrevivientes, ya que la amistad es uno de los vínculos humanos más generosos.
Las consecuencias del sincericidio generalmente son muy penosas para todos los implicados. Lo mejor que puede hacer el sincericida es quedarse callado. No dar explicaciones, ya que una vez cometido el sincericidio, no hay vuelta atrás y cualquier intento por remediar la situación no sólo es algo infructuoso, sino contraproducente y puede conducir a hechos de sangre.
¿Qué fue lo que hizo nuestro ex presidente Jorge Batlle en el 2002 frente a las cámaras de la cadena Bloomberg, sino un sincericidio?
“Los argentinos son una manga de ladrones del primero al último”, dijo, enfurecido, Batlle.
¿Y qué pasó cuando fue a dar una lacrimosa disculpa al entonces presidente argentino, Eduardo Duhalde? Una catástrofe política y un reverendo bochorno, eso fue lo que pasó.
El cantautor español Joaquín Sabina tiene una canción en la que habla de los sincericidios. Como estos no son compatibles en el amor. “Yo le quería decir la verdad por amarga que fuera, contarle que el universo era más ancho que sus caderas” dice Sabina en "Mentiras Piadosas".
Ninguna mujer enamorada quiere escuchar que el universo es más ancho que sus caderas, ni de esa chica que le hizo perder la cabeza nuestro enamorado.
El sincericidio y el amor, no son compatibles. Tampoco es compatible con la política ni los negocios.
Amigos sincericidas: refrenen sus impulsos de decir verdades a troche y moche. Ni den opiniones que nadie les pidió.
Todos les vamos a estar muy agradecidos.

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