Llegó la época de las solitarias caminatas
por la playa acompañada de mi perra Cleo.
Cleo es una golden retriever que acaba de
probar las delicias y responsabilidades de la maternidad, y aguarda con
impaciencia las señales de que estoy pronta para invitarla a que me secunde en
uno de nuestros paseos matinales. Espera
con manifiesta ansiedad el momento de compartir un poco de tiempo a solas con
su dueña, lejos de dos demandantes y rechonchos cachorros de apenas 15 días.
La playa se extiende inmensa para nosotras dos.
El mar embravecido de un color gris plomizo no invita a bañarse, sino que
impone un sobrecogedor respeto. Nuestras huellas nos siguen, son las únicas en
la playa, las olas barrieron los rastros del paso de otros seres. La playa es toda nuestra, somos las dueñas y señoras
del lugar. Compartimos nuestro provisorio reinado con una bandada de gaviotas y
eventualmente hacia el fin de nuestro paseo, nos topamos con un solitario
pescador que espera el pique de esa elusiva corvina.
Es una época que puede ser melancólica en
Punta del Este. Vemos día a día como el
verano nos abandona, los comercios cierran para dar licencia a su personal, de un
día para otro se apagan los semáforos. Los locales lo vivimos casi como un rito
“Apagaron los semáforos, ¿viste?” nos decimos unos a otros con un airecito cómplice.
Cuando llega la noche, los numerosos edificios
que pueblan el paisaje tienen apenas dos o tres luces encendidas, dándole a la
ciudad un aire misterioso. Punta del Este en esta época del año no es para
todos, muchos encuentran inquietante su solitaria belleza. Extrañan el bullicio
de la gente, el tráfico, las luces. Esos son los que se vuelven a sus lugares
de origen, los que ya no me acompañan en mis caminatas matinales con Cleo.
Cleo y yo sabemos que nuestro reinado dura poco,
que son apenas unos días en los que nuestras huellas son las únicas de la playa
de Punta de Piedras. Mientras tanto lo disfrutamos y antes de volver a casa
juntamos algunas ramitas y piñas para prender la chimenea. Viento fresco, olor
a mar y madera quemándose, aromas de Punta del Este en otoño, un placer
reservado para unos pocos.
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