jueves, 8 de julio de 2010

Alentando a la Celeste desde la capital del imperio


Cuando estaba haciendo la valija para mi viaje a los Estados Unidos, decidí a último momento incluir unas camisetas y unos pareos con la bandera uruguaya, sin pensar que iban a ser el mejor regalo que les podía hacer a mis amigos uruguayos residentes en la capital norteamericana.
Poco a poco la fiebre mundialista se va adentrando en los corazones y voluminosos cuerpos de los estadounidenses. De la mano del Waca-Waca y al ritmo de las caderas de Shakira, los norteamericanos se están dejando seducir tímidamente por un deporte que hasta hace poco estaba asociado exclusivamente con los latinos y las niñitas de colegio- si, acá el fútbol es mayormente un deporte femenino-.
Hoy leyendo una encuesta en uno de los diarios de la capital estadounidense, un sorprendente 27% de los encuestados sostienen que la Copa Mundial de Fútbol afectó su productividad en el trabajo. En Uruguay, un modesto 27% parecerá muy poco, pero un país como los Estados Unidos, de herencia protestante, donde el trabajo es prácticamente sagrado, esto es mucho decir.
Puedo decir que tuve el privilegio de ver el partido Uruguay-Holanda en el Departamento 20, como lo llama el Ministerio de Relaciones Exteriores, rodeada de compatriotas que viven en el exterior.
Banderas, camisetas, tambores, la esperanza y el entusiasmo se dieron cita en un bar del tranquilo barrio residencial de Cleveland Park, en Washington, DC. Al menos unos 50 uruguayos coparon el establecimiento y alentaron a Uruguay con una mezcla de fervor, orgullo y nostalgia.
“Uruguay lleva el deseo de todo un continente al enfrentarse con Holanda” era uno de los titulares de The Express, un diario gratuito que se distribuye en Washington, DC y reúne una síntesis de las noticias más importantes del mítico Washington Post.
Hinchas de todas las edades, pelos y colores se reunieron en un sofocante día de más de 35˚C y alentaron al equipo celeste como si estuvieran en el estadio en Sudáfrica. No faltó el candombe, ni los cánticos. En el mismo lugar había unos pocos holandeses acoquinados en el fondo del bar, apabullados por tanto entusiasmo latino.
La más que dudosa actuación del árbitro se llevo unos cuantos epítetos irreproducibles por nuestros apasionados compatriotas. El 1 a 1 dio paso una especie de delirio que solamente disminuyó cuando Holanda metió los 2 goles que coartaron nuestras esperanzas de llegar a la final. El broche de oro fue el segundo gol de Uruguay, ya que la sensación que allí reinó fue la de un profundo orgullo de haber jugado un excelente partido y cómo decía el titular del diario que menciono, haber llevado a cuestas la reputación de no sólo nuestro pequeño país -prácticamente desconocido para muchos, sin ser por hazañas de este tipo- si no la de todo un continente.
A diferencia de los franceses y otras selecciones que coparon los titulares con sus desplantes infantiloides de jugadores y técnicos, los uruguayitos dieron al mundo un ejemplo de mesura, tesón y espíritu de equipo que les valió para que el 3 a 2 a favor de Holanda no tuviera el amargo sabor de la derrota, sino la satisfacción de saber que se hizo el mejor esfuerzo y se cumplió con el deber.
“Tres millones de esperanzas”, decía uno de los carteles en el estadio sudafricano, tres millones y pico tengo que agregar. Yo vi con mis propios ojos a esos casi 50 uruguayos que estaban conmigo en ese bar en ese tórrido día, uruguayos que viven lejos de su patria; el aire que se respiraba al terminar el partido era de tristeza pero también de un profundo orgullo.
Los uruguayos de Washington, DC se fueron a sus casas y a sus trabajos con sus camisetas, banderas y tamboriles, la frente en alto y la satisfacción de haber visto a la Celeste jugar como verdaderos deportistas y caballeros.
El mundo entero nos estaba mirando, cosa que no pasa a menudo.

Florencia Sader
Washington, DC
Julio 2010

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