miércoles, 23 de junio de 2010

Una conversión casi milagrosa


En un ataque de inesperado patriotismo, o mejor debería llamarlo “riodelaplatismo” me encuentro mirando el partido Argentina-Grecia, en casa de unos amigos en Washington, DC, la capital del alicaído imperio.

El Uruguay –México me lo perdí, ya que justo en ese momento estaba llegando a mi destino, cansada, sudorosa, vapuleada por la cada vez menos agradable experiencia de viajar en avión.

¿Qué despertó en mi, una autoproclamada “anti Copa del Mundo” la urgencia de destinar una hora y media de mis valiosas y esperadas vacaciones en mirar un partido de fútbol?

No tengo excusa, nadie me obliga a verlo; todos salieron y estoy sola.

Antes que empezara el mundial escribí un artículo que salió publicado en este mismo diario que se llamaba “Un pelotazo en contra” y describe mi increíble tedio ante el inminente comienzo del mundial de fútbol.

¿Qué pasó? ¿Cómo puedo ser tan veleta? ¿Cómo justifico antes ustedes y sobre todo ante mi misma este inesperado cambio de actitud?

La más que decorosa actuación de Uruguay, clasificándose primero en el Grupo A, debe haber tocado alguna fibra muy escondida y está haciendo brotar mi “uruguayez.” Parece que me importaba el fútbol después de todo. ¿Será la posibilidad de que nuestro rincón del planeta, brille, aunque sea por un rato, lo que me hace ir en contra de todo lo que dije antes?

El entusiasmo, la esperanza, la alegría, el orgullo que despierta entre nosotros la actuación de la selección- ayudada por el apolíneo torso de Forlán y la sonrisa de Lugano -, lograron convertirme en una hincha más y de aquí en adelante la Copa Mundial de Fútbol Sudáfrica 2010 va a contar con otra seguidora.

Me contagié de la fiebre mundialista, y mi única cura parece ser seguir religiosamente los partidos de nuestra selección de ahora en adelante.

Y si por esas cosas de la vida Uruguay termina quedando afuera, hincharé por los hermanos rioplatenses, y en el caso de que ellos también se quedaran por el camino, los brasileños tendrán mi apoyo, ya que me gustaría que si no es nuestra,- sí, confieso que tengo unas tímidas esperanzas y como una insensata me atrevo a soñar con un triunfo celeste- la copa quedara entre vecinos.

Al igual que un ateo que finalmente encuentra la fe, me desconozco en esta nueva faceta de hincha esperanzada. Como dijo el filosofo alemán Immanuel Kant “El sabio puede cambiar de opinión. El necio, nunca.” Esta frase me viene perillas ya que puedo justificar mi veleidad, dejándome a la altura de muchos iluminados, y tapándole la boca a algún machista sarcástico que se sienta tentado a atribuir este súbito cambio de parecer a la impresionabilidad del género femenino

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