miércoles, 10 de agosto de 2011

Las noticias nuestras de cada día

Últimamente ando falta de inspiración. No sé si será el invierno que me congeló las ideas, o algunas cosas que me preocupan y monopolizan mis pensamientos, pero el hecho es que no se me ocurre de qué escribir.

Pensándolo bien, temas no deberían faltarme. El Big Brother del norte, nuestro referente –en muchos casos a regañadientes, pero referente al fin- estuvo a punto de declararse en quiebra, arrastrándonos a todos en un incierto laberinto del que nadie sabe cómo salir, Europa no consigue recuperarse de la crisis, los indignados españoles siguen indignados, el Medio Oriente es un polvorín a punto de estallar.

A nivel nacional la mina de Aratirí ha dado que hablar, se siguen recolectando firmas para bajar la edad de imputabilidad, todos los días hay un asalto nuevo con ribetes cinematográficos y el dólar apenas llega a los dieciocho pesos. En la vecina orilla Tinelli sigue probando que es capaz de todo con tal de mantener el rating -hasta hacer un reality show de la caída con traumatismo de cráneo de una bailarina en su programa-, Cristina Fernández está empezando a hacerse la simpática, ahora que el triunfo en la primera vuelta no parece tan seguro como hace unos meses y el juez Zaffaroni no puede “zafaroni” nada del lío que se le armó con los cinco apartamentos a su nombre dónde funcionaban prostíbulos clandestinos.

¿Cómo puede ser que ninguno de estos acontecimientos logre inspirarme? ¿Habré logrado transformarme en una de esas personas que siempre me desagradaron? Esa gente que no ve más allá de su ombligo.

Hace casi unos diez años tuve la oportunidad de ver el comportamiento de uno de estos seres. Fue una mañana de un 11 de septiembre, cuando dos aviones se estrellaron contras las Torres Gemelas en Nueva York. Estaba en Punta del Este -más concretamente en el gimnasio, haciendo abdominales- cuando mi padre me llamó por teléfono y me pidió que prendiera la televisión para ver lo que estaba pasando. Lo hicimos justo cuando el segundo avión se estrellaba. Lo que más recuerdo de ese momento fue la reacción de una de las personas que estaba en el caminador, “Paaaa” dijo y después siguió corriendo como si nada pasara. Este comportamiento es característico del tipo de individuos que acabo de describir. Son las personas que si algo no los afecta directamente, lo ignoran, les resbala, directamente no vale la pena prestarle atención.

En el fondo todos vivimos un poco así -a menos que seamos activistas tratando de salvar el mundo- nuestra preocupación es directamente proporcional a la capacidad que tengan estas noticias de afectarnos el bolsillo, o alterar nuestro precario sentido de la seguridad. En un mundo saturado de información muchas noticias nos parecen lejanas y repetidas.

¿Otro huracán en Haití? ¿Se descubrió otro caso de corrupción en la Argentina? ¿Un político norteamericano engañó a la mujer con la niñera -una joven de algún país exótico que estaba en el país ilegalmente- y ofreció una lacrimógena disculpa? ¿Una hambruna más en África? ¿Otra talentosa cantante muere a destiempo por sus excesos? ¿Otro supuesto genio de las finanzas se mandó mudar con la plata de sus clientes?¿Será que sufro de una sobredosis de información? Yo creo hay algo de eso, ya que todo se me mezcla en la cabeza como un gran cocktail de noticias que me parece haber oído antes y nada parece inspirarme.

Espero que este estado no dure demasiado tiempo, ya que empieza a preocuparme esta indiferencia crónica que estoy sufriendo.Mientras tanto los diarios se siguen llenando de titulares, los programas de chismes descubren alguna nueva foto de la pobre Juanita Viale, las vecinas chismorrean acerca de la nueva familia del barrio, y yo los miro a todos desinteresadamente, desde mi momentánea apatía informativa.

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