miércoles, 19 de octubre de 2011

Nocturnidades







En un libro que estoy leyendo del escritor alemán W. G. Sebald titulado Austerlitz, el narrador compara la intensidad de la mirada de ciertos animales nocturnos, como el lémur o la lechuza con la penetrante mirada de algunos grandes pensadores y filósofos. El autor elige ilustrar esta comparación con fotos que muestran los grandes ojos redondos de las criaturas de la noche, yuxtapuestos a los ojos de pensadores como Nietzsche o Foucault.
Todos ellos buscan atravesar la oscuridad, penetrarla, domarla, para ver qué es lo que esta esconde.
Para estar de acorde al tema, escribo esto de noche, cuando los ruidos de la calle y la casa se callaron casi por completo, y es más fácil escuchar los propios pensamientos, sin las interferencias de la vida diaria y la aturdidora rutina. ¿Por qué digo que la rutina es aturdidora? Porque nos llena de mandatos, de voces imperativas que nos llegan desde el trabajo, la familia, la pareja, la sociedad a la cual pertenecemos, e implacablemente nos van dictando las cosas que “debemos” hacer. La cacofonía de esas voces que se superponen y contradicen, no nos permite a veces oír esa voz interior, que encuentra más cómodamente su espacio en el silencio de la noche.
Como los lémures y los pensadores, uno cada tanto se adentra en la oscuridad, con la desventaja de que la mayoría de nosotros no tenemos la visión nocturna muy desarrollada- principalmente por falta de práctica-. La oscuridad asusta, lo desconocido muchas veces nos acobarda, y aunque esos buceos nocturnos son necesarios para el alma, preferimos quedarnos chapoteando en la superficie, sabiendo que hay un universo profundo y misterioso en nuestro interior, que requiere que nos sumerjamos en él para descubrir, no sólo cosas nuestras que están un poco más hondo, sino para entender mejor el mundo que nos rodea.
Para iniciar este viaje al que no todos se animan, confiamos en nuestra suerte y en la intuición. Esta es muchas veces la mejor guía, y una de las más cuestionadas, ya que la razón no se lleva con ella, y es esta última, la que intenta gobernar casi todas nuestras horas. Es durante la noche, en las horas en que reina la oscuridad cuando esta se debilita y podemos zafar de su asfixiante abrazo. Para emprender el recorrido de los lémures, los búhos y los murciélagos, al no contar con esos ojos privilegiados, tenemos que buscar otros timones, y la intuición está ahí agazapada, lista para auxiliarnos, basta con dejarla que nos guie, sin preguntarle demasiado.
La imagen de los pensadores del libro de Sebald, tratando de atravesar la oscuridad, me desveló, y recuerdo miradas de personas que conozco: miradas de los que buscan ahondar, aventurándose en la sombras, sabiendo que atravesando esa negrura desconcertante- aun corriendo el riesgo de perderse en ella- pueden encontrar tesoros que están reservados solamente para los valientes que emprenden este viaje. También recuerdo miradas de los que prefieren seguir en la superficie, y la sola idea de asomarse al oscuro abismo los llena de terror. Para estas personas, no hay canto de sirenas que los seduzca a sumergirse, como tercos Ulises se atan al mástil de la vida que conocen, sus rutinas, la ilusión de la seguridad.
Amigo lector: ¿Cuál de ellos es usted? o todavía más importante, ¿Cuál de ellos le gustaría ser?

No hay comentarios: