miércoles, 26 de mayo de 2010

Cuando nos quedamos solos...

Punta del Este en la intimidad, cuando se saca el maquillaje y queda de entrecasa, revela otra belleza, más sutil, más sencilla, pero no por eso menos seductora.

Cuando se va el último turista, y se cierra el boliche de moda, y dejan de funcionar la mayoría de los semáforos, y ya no se menciona Punta del Este en las revistas de chismes argentinas, sabemos que terminó la tan mentada temporada y nos quedamos solos.

La temporada en Punta del Este es como un engañoso y dulce trago de verano que se toma con avidez, se va a la cabeza rápidamente, dejándote con una migraña y ganas de más. Sin embargo, el resto del año - cuando nos quedamos solos - tiene el sabor de un buen licor, de los que se toma despacio y se los saborea sentado frente a una estufa a leña, disfrutando de su textura y aroma.

Quedamos solos, los puntaesteños por nacimiento y los por elección; estos últimos aumentan día a día y los hay de todas las nacionalidades. Son los valientes que vinieron de lugares tan remotos como Canadá, Alemania o Sudáfrica y eligieron Punta del Este para afincarse, integrándose poco a poco, trayendo sus costumbres, sus diferentes acentos, dándole un color diferente a nuestra comunidad.

Cada día son más, vienen escapando de populosas e inseguras ciudades, los altos impuestos con los que algunos países del primer mundo cargan a sus ciudadanos, la polución, el tráfico y otros males característicos del desarrollo. Llegan y muchos de ellos se quedan, haciendo de Punta del Este su casa, algunos empiezan negocios, otros ya están retirados, y varios aprovechan internet para seguir trabajando a distancia desde un cómodo refugio en su nuevo hogar uruguayo.

Cuando se van los que convierten Punta del Este en el agitado y frenético balneario de moda, vuelven a sus ciudades y se llevan con ellos sus autos nuevos, su ropa de marca y sus fiestas con precintos; se despierta otra realidad. Entra en escena una ciudad más pueblerina, de un ritmo más lento y amable, con poco tráfico, casi sin luces, donde uno puede encontrar una cara conocida en el supermercado y arriesgarse a intercambiar una conversación sin miedo de ser arrollado por el carrito de algún veraneante apurado por llegar a la playa.

Punta del Este en la intimidad, cuando se saca el maquillaje y queda de entrecasa, revela otra belleza, más sutil, más sencilla, pero no por eso menos seductora, a la prueba está que son cada vez más los que están descubriendo sus encantos.

Yo la prefiero así, más tranquila sin el estrés de mantener su reinado de: La mejor ciudad balnearia de Sudamérica; revelándose a aquellos que la acompañamos todo el año y no tenemos miedo de sus temporales, sus edificios vacíos y sus calles casi desiertas.

A los que nos quedamos, nos premia dejándonos disfrutar de su temperamental naturaleza oceánica, de sus fragantes y acogedores bosques, de su redescubierta cadencia provinciana, más humana, más amable.
Más nuestra.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena nota... la leí en el diario y la vuelvo a leer por acá.... comparto 100%

Anónimo dijo...

Para mi, Punta del Este, en términos económicos, se compara con un sembrado, ejemplo soja, que una vez al año se cosecha y cuanto mejor sea su rendimiento, mayhor beneficio para su dueño y para todos, porque esos ingresos se vuelven a volcar en la comunidad. El resto del año, hay que mantenerse de acuerdo a la realidad, pero nunca pretender con solo una zafra, en cualquier actividad, ganar lo suficiente para salvar un año entero.