martes, 1 de junio de 2010

¡Nos descubrieron!, ¡por fin nos descubrieron!

Un lunes de mayo a las 9 de la noche en uno de los tantos boliches del puerto, un polaco, un italiano, una inglesa, un mexicano, tres norteamericanos, una alemana, una rusa y una uruguaya se reúnen para festejar el cumpleaños de un alemán.

¿Qué es esto? ¿la liga de las naciones? ¿un circunstancial grupo de turistas? No, esto era simplemente la reunión de un grupo de amigos que se juntaban para hacerle una fiesta sorpresa al del cumpleaños.
La particularidad de este encuentro es que todos los presentes- menos la autora de este artículo- son extranjeros radicados en Punta del Este.

Las personas reunidas en esta inhóspita noche de mayo, son simplemente una muestra representativa del creciente grupo de extranjeros que eligieron abandonar el “primer mundo” y mudarse a Uruguay para empezar una nueva vida. Vienen escapando de las manchas de petróleo, los volcanes de nombres impronunciables, las tambaleantes economías, las atestadas metrópolis, los altos impuestos, la inseguridad de las ciudades.

La lengua franca para este grupo es el inglés; inclusive hay un grupo que se hace llamar Punta Expats que se encuentra el tercer lunes de cada mes en distintas cafeterías de Punta del Este. Intercambian libros, anécdotas, consejos e historias de cómo mejor sobrevivir en estas remotas tierras.

Como todos los expatriados del mundo -gente que en sus países respectivos no se darían ni la hora- aquí son como hermanos de leche, unidos por la experiencia común de tratar de encajar en nuestra ecléctica sociedad puntaesteña y no dejarse amilanar por nuestra viveza criolla.

Al llegar, los extranjeros que se radican en Punta del Este, se encuentran con los nativos -o sea nosotros-. Parece ser que aunque nos creemos muy amables y civilizados, también nos especializamos en hacerle la vida difícil a los gringos que no tienen experiencia tratando con nuestra relajada modalidad rioplatense.

Así que por una cuestión de supervivencia hacen frente común, y se reúnen para aconsejarse los unos a los otros acerca de cuál es la mejor forma de tratar con los nativos. Se pasan recetas de cómo lograr salirse con la suya, a pesar de nuestra velada pero persistente resistencia a dejarnos colonizar otra vez por estos adelantados del norte.

El hecho es que los extranjeros están aquí con la intención de quedarse, mandan sus hijos a los colegios locales, los podemos encontrar en el gimnasio, en la peluquería, en el supermercado, comprando o alquilando propiedades. Cuando menos lo esperamos, ¡zas! ahí están pidiendo “Mediou kilou de quesou dambou, pofavorrr.”

Ya son parte de nuestra comunidad, ya nos descubrieron, y parece ser que les gusta la calidad de vida que encuentran en este remoto rincón del mundo. Está en nosotros asimilarlos, no aprovecharse del hecho de que no conocen nuestras costumbres y en muchos casos nuestro idioma.

Al fin y al cabo somos una nación que proviene de inmigrantes. En algún momento un antepasado nuestro- ya sea cercano como nuestros padres, o lejano como un tatarabuelo- decidió radicarse en este país de extraño nombre. Somos la descendencia de estos extranjeros que llegaron llenos de esperanza a empezar una nueva vida, bajo un cielo muy distinto al que los cobijaba en su infancia.

A veces no basta con una geografía amable, la ausencia de desastres naturales y un clima benigno. Los lugares también los hace la gente que los habita.

Seamos generosos y démosle la bienvenida a Lutz, Arisha, Michael, Hanna, Filippo y Elizabeth, como lo haríamos con Luis, Irene, Miguel, Ana, Felipe e Isabel.

Alguna vez, algún antepasado nuestro estuvo en sus zapatos, muchos de nosotros vivimos en el exterior, y ¿quién no tiene algún pariente o amigo viviendo fuera del país?

Así que: Bienvenidos, welcome, bienvenue, bem-vindos, willkommen, benvenuti.

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