lunes, 16 de mayo de 2011

¡Basta de tango!

“Por favor, hacedlo muy bien porque esta ciudad lo necesita y espera.” Marina Subirats, socióloga y política catalana.

Si hay algo para lo que sirve viajar, alejarse del lugar donde uno vive y quebrar con la rutina, es para ayudarnos a pensar con claridad. Parece que con el mero hecho de alejarnos unos kilómetros se levanta el velo que todo lo nubla y una vez más podemos ver con una cierta perspectiva que nos permite identificar las cosas que nos molestan.
Eso me pasó en la semana que acabo de pasar en la querida y siempre estimulante Buenos Aires. Más concretamente después de asistir al seminario “Cultura para la movilización social” del catalán Toni Puig, muy de moda hoy en día en estas latitudes.
Puig es un conocido especialista en gestión cultural, el reverenciado “Gurú de las ciudades”. Este hombre, de excéntrico aspecto y discurso irreverente, fue en gran parte el responsable de la transformación de Barcelona a fines de la década del ochenta y principios de los noventa, cuando la ciudad tuvo que aggiornarse para recibir las Olimpíadas.
El cóctel de Buenos Aires y sus numerosos estímulos culturales, coronado por este seminario, me dejó en un estado de insurrecta inspiración, que pienso volcar en este artículo. Espero que los lectores sepan disculpar la catarsis que estoy a punto de ejercer a continuación.
Debo confesar que al compararme con el resto de los asistentes al seminario de Puig, unas cuarenta personas, porteñas en su mayoría, me sentí poquita cosa. Una desgraciada.
¿Por qué una desgraciada si supuestamente vivo en un lugar privilegiado, bendecido por la naturaleza, donde la calidad de vida atrae a gente de distintas latitudes, que poco a poco van creando sus espacios en nuestra predominantemente cerrada y pueblerina sociedad?
¿Será que en el fondo soy una acomplejada? Confieso que por un momento me dominó el desconcierto, hasta que descubrí que lo que me había llevado a ese seminario de nombre casi revolucionario, era la búsqueda de una identidad. No la mía concretamente, sino la de la ciudad en la que vivo y considero mi casa: la querida Punta del Este.
El complejo me duró poco, ya que descubrí que personas de otras ciudades, como Mar del Plata o Necochea, tenían preocupaciones similares a la mía; todos creíamos adolecer de lo mismo: una crisis de identidad. Coincidíamos también en las consecuencias adversas que esta crisis tiene en todos nosotros: desconcierto, apatía, falta de conciencia social y un indefinible malestar que se contagia entre los ciudadanos.
En el caso de Punta del Este me aventuraría a diagnosticar algo peor: El vacio de identidad ha dado lugar a la construcción de una identidad mercenaria, ajena a la gente, en la que parece que lo único que importa es apilar ladrillos sin ton ni son y los dividendos que estos generan. Creo que de este descubrimiento venía mi malestar.
Punta del Este se está convirtiendo en una ciudad sin alma, tanto cemento la está endureciendo y despersonalizando. Vivimos una ilusión de protagonismo regional por unos escasos treinta días, para después apagarnos, como la marquesina de neón de un teatro clausurado.
Hay algo que sí nos une a los puntaesteños. Es el recuerdo de un pasado idealizado, donde todo era mejor. La ciudad era más linda y amable. Todos nos conocíamos y éramos más buenos.
¿Y el Punta del Este que tenemos ahora? Y todavía más importante: ¿El Punta del Este del futuro?
Hay aquí y allá islas de personas que tenemos una vaga idea de lo que NO nos gusta del Punta del Este actual, y lo que extrañamos de AQUEL Punta del Este.
Pero ¿tenemos idea de que Punta del Este queremos en el futuro?
Nosotros, los residentes: ¿Estamos construyendo activamente la ciudad que nos gustaría tener? ¿Estamos exigiendo ser protagonistas? ¿O nos conformamos con ser críticos descontentos? Con un discurso tanguero que no hace más que provocar bostezos a granel ya que lo único que se nos ocurre es evocar un Punta del Este que ya no existe, sin proponer nada nuevo. Dejando que sean otros los que marcan el rumbo de la ciudad en la que vivimos, mientras miramos con desazón como las cosas cambian -muchas veces de manera que no aprobamos- sin hacer nada al respecto.
Aunque a algunas personas no les guste admitirlo, Punta del Este es un híbrido cultural, no es ni uruguayo, ni argentino. Esta ciudad se ha nutrido de la identidad de estos dos pueblos, creando una rara mutación que muchas veces no es comprendida, ni contemplada por muchos.
Somos nosotros, los que vivimos en Punta del Este, los que mejor podemos diagnosticar de que adolecemos. Mi humilde opinión es que tenemos que luchar por definir y afianzar una identidad que no pase sólo por lo económico, sino que le de un lugar de relevancia a la rica cultura que podemos ofrecer, producto de la amalgama de personas de distintos orígenes que conviven en nuestra ciudad.
Como dice Toni Puig en el primer capítulo de su libro “Marca ciudad: cómo rediseñarla para asegurar un futuro esplendido para todos” publicado en el 2009.
“En el mundo global en mutación, las ciudades se repiensan y se movilizan. Y avanzan seguras con los ciudadanos, rediseñando otra manera más sostenible de vivir en una ciudad plenamente humana.”
Esa es nuestra tarea -dejemos atrás el pasado, atesorémoslo si, y aprendamos de él-, pero nuestro verdadero deber, nuestro desafío es convertirnos en los hacedores de ese Punta del Este que nos gustaría tener.
Basta de tango.

Florencia Sáder
Buenos Aires

2 comentarios:

hildi dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Jose dijo...

Jose T.
Muy bueno el artículo.
De todos modos, creo que lo que han hecho con Punta del Este ha sido una desgracia y en eso tienen mucha culpa las inmobiliarias, las desarrolladoras y las sucesivas intendencias. El afán de vender nuevos megaemprendimientos, nuevas torres faraónicas, el lavado manifiesto de capitales durante la década del 90 y hasta hoy... Va a ser difícil torcer la historia.