miércoles, 8 de junio de 2011

La Tierra Purpúrea

“La Cimarrona”, “La Sin Querencia”, “La Costosa”, “La Endiablada”, “La Revancha”, “La Sentenciada”. ¿Qué son? ¿Bandas de rock pesado? ¿Posibles nombres para una telenovela que tiene como protagonista a la polémica Juanita Viale?
No, señor, nada de eso. Son los nombres de algunas de las tropillas a las cuales pertenecen los potros en cuyos lomos prueban suerte los intrépidos jinetes de las Criollas.
Hace más de un mes escribí un artículo llamado “Los forasteros y las Criollas”, publicado en el diario Correo de Punta del Este. En el mismo contaba acerca de la experiencia de introducir a dos extranjeros al pintoresco mundo de las Criollas, de cómo sus impresiones enriquecieron las mías, ya que pude disfrutar de este espectáculo y las costumbres de nuestra gente de campo, como si los viera por primera vez. En ese artículo también hice referencia a la obra del escritor inglés William Henry Hudson.
Hudson uno de los más importantes voceros del indómito carácter de los gauchos, un estudioso de la flora y fauna local y un fiel enamorado de la belleza de nuestra tierra, era una rara avis, tanto por su origen, como por su capacidad de observación. Según palabras del libro de Edward Thomas “A Literary Pilgrim in England” (Un peregrino literario en Inglaterra) “Para ser un naturalista inglés, Mr. Hudson comenzó por hacer una cosa excéntrica. Nació en América del Sur.” Agregaría lo siguiente de mi propia cosecha: para ser uno de los más elocuentes y fervientes portavoces de la idiosincrasia criolla, Don Hudson hizo algo todavía más curioso; narró la historia de nuestros gauchos en el idioma de Shakespeare y Chaucer, no en el de José Hernández y el de Horacio Quiroga.
Hudson nació en 1841 en una zona rural de Quilmes en la Argentina. En 1885 publica un libro en inglés cuyo título original fue “The Purple Land ” (La Tierra Purpúrea) en el que narra las experiencias del joven Richard Lamb, de paso por la Banda Oriental, dónde con el pretexto de buscar trabajo en una estancia, deambula por el campo y es protagonista de toda clase de aventuras, desventuras y romances, e inclusive es reclutado para pelear contra el gobierno de Montevideo, bajo las órdenes de un caudillo que lleva el romántico nombre de Santa Coloma.
Ya en este entonces, un observador de la sensibilidad de Hudson, nos hablaba de las divisiones que había en aquel joven Uruguay, y de las sangrientas batallas que se libraban entre dos grupos muy distintos que allí coexistían: los del campo y los de la ciudad.
Hoy en día, aunque no nos enfrentamos con trabucos y facones, sigue existiendo una incisión que va más allá de lo urbano y lo rural o de las simpatías partidarias. Por momentos existe una ilusión de unión, como cuando nos unimos a vitorear a la Selección Uruguaya en el Mundial de Futbol, o nos vemos en la obligación de defendernos cuando nos critican los de afuera. Pero, sin ser por esos momentos aislados, la verdad es que estamos tan divididos como los personajes que el aventurero inglés Richard Lamb se encontró en la Banda Oriental.
Existe a mi parecer, una brecha todavía más importante, un tajo abierto que nos arde y cuando parece estarse cerrando, alguien hecha sal en esa herida. Este tajo es producto del divorcio entre lo que nuestras clases dirigentes prometieron antes y poco tiempo después de haber asumido el poder, y el corso a contramano que parecen tener ahora. Todos esos mensajes confusos con los que nos han bombardeado en los últimos meses no hacen más que confundirnos y alienarnos, dejándonos en un estado de dolorida desilusión, que nos hace preguntarnos: ¿será posible que no se den cuenta de lo contradictoria que resulta la información que los ciudadanos tenemos que digerir a diario?
En la tierra purpúrea que recorrió el joven Richard Lamb de la novela de Hudson, corría la sangre de los blancos y de los colorados, pero las pasiones que dividían esa tierra a la vez violenta e idílica, no bastaban para opacar la belleza que en ella encontraba un extranjero romántico y benevolente.
Cuando nos gane la desilusión, tratemos de ver por un momento a nuestro país con los ojos de este personaje. Miremos lo que nos rodea con los ojos de un extranjero idealista e indulgente, alguien voluntariamente ciego a las incongruencias de nuestros gobernantes, y puede ser que superemos el desencanto y volvamos a recuperar esa tierra purpúrea que sedujo al protagonista de la novela de Hudson y a mis dos acompañantes.

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