Es indiscutible, hay perros se parecen a
sus dueños. Para los que se acuerden de la película de dibujos animados del
estudio Disney “Los 101 dálmatas”, hay una escena muy graciosa en la que se
puede observar a los amos paseando a sus perros por las calles de la ciudad,
totalmente mimetizados el uno con el otro.
Los seres humanos compartimos muchas
características con los animales. Y a veces están son las mejores
características de algunos personajes que conocemos.
Hay un animal que tiene una particularidad,
que a veces encontramos en el mundo del homo sapiens. Es un gran pájaro que no
vuela y no, no es el popular pingüino, ni la esperada cigüeña. Es el viejo y
querido avestruz.
El avestruz o su pariente cercano, el ñandú
-ese que que corre libre por nuestros campos mostrándonos su bombachudo blanco
de plumas- es conocido por una característica que siempre me llamó
poderosamente la atención: Se dice que el avestruz esconde la cabeza en un hoyo
en la tierra cuando se siente amenazado.
Haciendo un poco de investigación por
internet me enteré que esto no es tan así. Parece que el avestruz cuando siente
que hay peligro esconde la cabeza entre sus patas, a ras del piso, pero no la
hunde en un hoyo en la tierra como dice la leyenda popular.
Este detalle no es en realidad tan
importante, ya que a efectos de ilustrar lo que vengo sosteniendo, poco importa
el verdadero comportamiento de este pajarón.
Lo que sí me importa y mucho es esa
tendencia que observo entre algunos humanos de esquivar el bulto, de no hacerse
cargo de las cosas. Esos avestruces con nombre y apellido que ante los problemas
que ellos mismos provocan no tienen mejor idea que cavar un hoyo bien hondo, y
como el pajarraco de la leyenda, meter la cabeza bien adentro dejando al resto
de nosotros para lidiar con el lio que ellos mismos originaron.
¡Cuidado con los avestruces humanos! Por
suerte no hay demasiados sueltos, pero uno sólo de estos especímenes en la
vuelta alcanza para provocar un verdadero desastre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario