sábado, 19 de junio de 2010

Mi Buenos Aires querido...



Uno de mis primeros recuerdos, es un viaje a Buenos Aires con mis padres. Recuerdo a mi padre, muy elegante con su traje, -no se olviden que los trajes en Punta del Este no se usan todos los días-. Vienen a mi memoria los preparativos, el viaje en avión, la llegada, el hotel, la portentosa avenida 9 de Julio, y sobre todo la fascinación que en mi causó el primer encuentro con esta ciudad. Poco sabía en ese entonces que este era el comienzo de un romance que iba a durar por el resto de mi vida.

Buenos Aires con sus taxistas filósofos y sus “colectivos” asesinos nos seduce con su belleza, nos enfurece con sus injusticias y nos asombra con su eterna capacidad de atravesar por las más complicadas peripecias con un garbo y una gracia parisinas. Esa gran ciudad vecina, tan parecida y a la vez tan distinta de nuestra más modesta Montevideo, ejerce en nosotros una atracción que, al menos en mi caso, se renueva cada vez que la visito.

Puede ser que el hecho de estar afincada de vuelta en Punta del Este hace casi dos años, me haya vuelto más susceptible a los encantos del asfalto, pero el hecho es que acabo de volver de Buenos Aires agradecida de tener semejante metrópolis a apenas 40 minutos de avión.

Todos protestan en Buenos Aires, los conocidos y los charlatanes desconocidos que aprovechan la más mínima ocasión para provocar una conversación que inevitablemente se transforma en una oportunidad para dar su opinión acerca del maremoto político por el que siempre parece estar navegando la Argentina. Manifestaciones, paros, todo tipo de protestas son moneda corriente en esta ciudad; llegar a las inmediaciones de la Casa Rosada es toda una aventura.

Cualquier inovación que provenga de este país no es demasiada novedad para los uruguayos, ya que es más la historia que nos une que la que nos separa. En Punta del Este, más concretamente, hace más de un siglo que llevamos recibiendo a miles de porteños todas las temporadas. Los conocemos bien y al verlos en su hábitat natural, podemos entender mejor la atracción que en ellos ejerce nuestro balneario y los impulsa a venir contra viento, marea y piqueteros todos los veranos y algún que otro fin de semana largo, a desenchufarse de la maravillosa pero vertiginosa capital porteña.

Como toda gran ciudad, Buenos Aires se reinventa, aparecen nuevos restaurantes y comercios. En barrios que antes estaban fuera del circuito turístico, ahora pululan jóvenes que parecen salidos de una revista de modas y turistas extranjeros que se matan por conseguir una mesa en alguno de los cafés recomendados por una de las cada vez más numerosas guías de turismo, que prometen develar los secretos de una de las ciudades más glamorosas de América del Sur.

La Avenida Corrientes con su variada oferta teatral, la Calle Florida con sus espectáculos callejeros que sorprenden a los turistas y alegran el ratito que los oficinistas salen por un café o un pucho, San Telmo y su colorida feria de los domingos, Palermo con sus nuevos restaurantes y boutiques de diseño, Puerto Madero y su variada oferta gastronómica, La Biela y sus habitúes que parecen salidos de una historieta de “Locuras de Isidoro”, todo esto y mucho más nos espera al otro lado del rio y nos invita al disfrute.

Por mi parte se necesita de muy poco para avivar la llama, bastan unos días en Buenos Aires y vuelvo a sentir el mismo embrujo que sentí hace mucho años, cuando todavía no conocía otras ciudades que le pueden hacer sombra. De la misma manera que uno siempre conserva en el corazón un rinconcito para el primer amor, con ella soy incondicional, todo se lo perdono. Habrá ciudades más ricas, mejor cuidadas, más ordenadas, no tan ruidosas, menos peligrosas, pero en ninguna de ellas me siento tan como en casa.

¡Aguante Baires! Ya sea por aire, agua o tierra seguiremos llegando para que nos acunes en tu porteño regazo y podamos, por un ratito al menos, disfrutar de tu contradictoria belleza.

1 comentario:

Unknown dijo...

y lo mejor de baires es el tango en cada esquina
Rafa